Espiritualidad
Litúrgica | Roberto Núñez, MSC
d)Relato de la
institución y consagración
«Con las palabras y gestos de Cristo, se realiza el sacrificio que el
mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando bajo las especies de pan y
vino ofreció su Cuerpo y su Sangre y se lo dio a los Apóstoles en forma de
comida y bebida, y les encargó perpetuar ese mismo misterio» (OGMR 79).
Llegamos
a octubre misionero y del Rosario y seguimos avanzando con la Plegaria
eucarística. El cuarto elemento de su estructura es el relato de la institución
y consagración. Dice el Catecismo sobre el relato: «En el relato de la
institución, la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del
Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de
vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para
siempre» (CIC 1353).
El
relato de la última cena, con las entrañables palabras y acciones de Jesús
sobre el pan y el vino, nos trae a la memoria, cada vez, que lo que celebramos
a lo largo de la historia en la Eucaristía no es obra nuestra, sino obediencia
e imitación de lo que Cristo quiso dejarnos como herencia “hasta que vuelva”.
Eso nos libera del protagonismo que con frecuencia nos arropa.
En
este preciso momento converge la acción del Espíritu Santo sobre los dones de
pan y vino, que pasan a transformarse en Cuerpo y Sangre de Cristo, con la
fuerza de las palabras y la acción de Cristo. De esta unión de las palabras de
Cristo y el poder del Espíritu, resulta la presencia sacramental.
El
mismo Cristo, mediante el ministerio del sacerdote, que actúa en su misma
Persona, dice sobre el pan y el vino puestos sobre el altar, las mismas
palabras misteriosas que dijo en la Última Cena: “Tomen y coman todos del él;
porque esto es mi Cuerpo que será entregado por ustedes”. “Tomen y beban todos
de él; porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y
eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres para el perdón
de los pecados, hagan eso en conmemoración mía”.
«Por
eso, este es el momento culminante de la plegaria eucarística; y atestigua que
lo que celebramos en la Eucaristía no es obra nuestra, sino cumplimiento del
mandato de lo que Él quiso dejarnos como herencia “hasta que vuelva”».[1]
Al
introducir este relato, la liturgia lo enlaza con el contexto anterior, que
termina hablando de Cristo: “El cual, cuando iba a ser entregado” (Pleg. II);
“porque Él mismo, la noche en que iba a ser entregado” (III); “porque Él mismo,
llegada la hora en que había de ser glorificado por Ti, Padre Santo, habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (IV).
Pero,
además, añade algunos elementos que lo enriquecen como lo que afirma el Canon
Romano: “El cual, la víspera de su Pasión, tomó pan en sus santas y venerables
manos, y, elevando los ojos al cielo, hacia Ti, Dios Padre suyo…”
En
definitiva, este relato, es el “hoy” de la pascua de Cristo, el momento en que
proclamamos su misterio, el sacramental de la cena y el histórico de la cruz,
con la convicción que él mismo, por su Espíritu, lo actualiza para nosotros en
la celebración. Y todo ello sin perder el tono de alabanza dirigida al Padre y
presentando las palabras y gestos sobre el pan y el vino en íntima conexión con
la muerte salvadora de Cristo. ADH 849
[1] Abad, José A.; Diccionario del agente de pastoral litúrgica. Monte
Carmelo, Burgos 2003. p. 503.
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