Educación | Hno. Pedro
Orbezua, FSC
¡Que la Escuela vaya bien!
Animados del “Espíritu de Fe”
No sé si lo
recuerdan, pero aparecieron unos cuantos artículos a propósito de una primera
afirmación: 1.- “La motivación nos viene de la misión”. Las
“necesidades” existentes en el mundo son una “pro-vocación”, es decir,
un “llamado a” poner remedio a tales carencias, indigencias, miserias. Es la
experiencia universal de la “vocación”. Ocurre que muchos ni se enteran o no se
dan por aludidos, y otros -altruistas y magnánimos- responden decididos.
Nosotros
interpretamos este urgente llamado desde la fe. Y traducimos la “pro-vocación”
por “vocación”: ¡Es Dios quien me llama a esa tarea que siempre es un
“ministerio”, un “servicio”, un compromiso “por la vida y dignidad de todas las
personas!”, en palabras de José María Castillo.
En nuestro
contexto: la “pro-vocación” nos viene de los niños y los jóvenes alejados de la
“salvación”, de la “felicidad”, de la posibilidad de llegar a ser lo que están
llamados a ser: ¡hombres y mujeres en plenitud! Y equiparamos “pro-vocación” y “vocación”:
Dios me ha elegido, llamado y enviado a colaborar en su proyecto de Felicidad
para la Humanidad, en el terreno concreto de la “Educación”.
Hay un segundo
aspecto: 2.- “La garantía es la consagración”. ¿Qué quiere decir?
Que la entrega apasionada a la misión educativa de los niños y jóvenes,
especialmente de los más vulnerables, se nos vendrá abajo, a manera de un
castillo de naipes si no construimos sobre la “Roca”, o cual hoguera que se
apaga y extingue, si el “Fuego” con mayúscula no alimenta nuestros “fueguitos”.
La Roca y el Fuego son Dios Amor. Él nos consagra y a Él nos consagramos. Él se
entrega a nosotros y a Él nos entregamos. La Educación es la “Obra de Dios” y
es también “nuestra Obra”. Dios sin nosotros, no. Nosotros sin Dios, no.
Los Educadores
necesitamos el “ESPÍRITU DE FE”. Toda vida humana se construye sobre la fe, es
decir, sobre la confianza en uno mismo, en los demás y en la vida. En palabras
de Erik H. Erikson: “La confianza radical es la piedra angular de una
personalidad sana: una actitud hacia uno mismo y hacia el mundo que se remonta
a experiencias del primer año de vida”. Esta fe se refuerza y ensancha con
la fe religiosa, la confianza inquebrantable en Dios. Abraham nos sirve
de paradigma de hombre de fe:
*Cuando las
circunstancias le son favorables confía en Dios: “Deja tu tierra natal… y
ve al país que yo te mostraré… Abram partió, el Señor se lo había ordenado” (Gén.
12, 1.4).
*Cuando los
Proyectos no se cumplen y los sueños se desvanecen: “Mira hacia el cielo y
si puedes cuenta las estrellas. Así será tu descendencia” (Gén. 15, 5) Y el
hijo de la promesa no llegaba. Sin embargo, Abram confía: “El año que viene,
Sará habrá tenido un hijo” (Gén. 18, 14).
*Cuando la vida
se vuelve absurda, sin sentido, noche oscura e infernal: “Toma a tu
único hijo, el que tanto amas, a Isaac, ve a la región de Moria y ofrécelo en
holocausto…” (Gén. 22, 2). Y Abram ¡confía!: “Dios proveerá” (Gén. 22, 8).
Sea, pues,
Maestros y Maestras, el “Espíritu de Fe” nuestra divisa, que nuestra tarea no
es “moco de pavo”, nada fácil. Escribe José Antonio Marina: “A los adultos
nos invade muchas veces el desaliento ante el futuro, un cierto cansancio de lo
porvenir. Entonces deberíamos recordar la figura del maestro, que es el
profesional de la esperanza, el incansable, humilde y magnífico cuidador
del futuro. Con la misma tenacidad con que el árbol florece en primavera, él
volverá a enseñar que dos por dos son cuatro”. A las duras y a las
maduras, en bonanza y temporal, en la victoria y la derrota, siempre estaremos
al pie del cañón. ¿Qué nos sostendrá? La Fe. “Por la fe, Abraham…”
(Hebreos 11).
Y San Pablo
hace una lista de hombres y mujeres que vivieron por la Fe, y que por la Fe su
vida -en medio de las turbulencias- fue significativa. Y añade: “Por lo
tanto, ya que estamos rodeamos de una verdadera nube de testigos… corramos
resueltamente -Maestros, Maestras- al combate que se nos presenta”
(Hebreos 12, 1). ¿Cuál combate? ¡La Enseñanza y la Educación!
De la Salle
escribe a propósito para nosotros: “El espíritu que debe animar la
Comunidad educativa es el espíritu de Fe que debe mover a los que la componen
a no mirar nada sino con los ojos de la fe, a no hacer nada sino con la mira en
Dios, y a atribuirlo todo a Dios” (Regla).
Esta tríada ha
sido releída en la actualidad como contemplación, discernimiento y abandono,
respectivamente.
“La contemplación
nos lleva al silencio, a la observación y a la capacidad para mirar con otros
ojos; son ellos, caminos propicios para la espiritualidad y elementos de una
necesaria educación de la interioridad. En un mundo plagado de ruido, sí que
importa resaltar el valor de la contemplación como la vía para mirar lo
esencial, que depende de una mirada desde el alma que trasciende los sentidos.
El
discernimiento denota un itinerario que parte de la pregunta por la verdad,
por el juicio crítico sobre los hechos, los acontecimientos, la información
ingente que llena, que distrae, e implica continuamente la reflexión, el
contraste, la rumia mental, el mirar con el corazón.
El abandono
consiste en poner en las manos de Dios la vida, los proyectos, las ilusiones; a
manera del navegante que se hace a la mar sin velas ni remos. Es la actitud del
que espera todo de Dios. Es la fuente de la, profundamente evangélica, virtud
de la esperanza.
Esa actitud de
contemplar la historia y de encontrar en ella las semillas de la paz, la
bondad, y los signos de los tiempos, es la actitud que para el educador cristiano
-o de otra religión- se constituye en convicción de que los niños, niñas,
jóvenes y adultos, son siempre posibilidad y proyecto, capacidad y sueños,
tesoros que se van construyendo en medio de una relación educativa que
enriquece, respeta, sueña, transforma el presente, cimienta el futuro y
despliega oportunidades”. (Declaración de la misión educativa lasallista).
ADH 853.
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