Fe Cristiana | Alexis Cifuentes
Jesús,
¿una persona religiosa?
De Jesús
afirmamos que fue judío, nacido y criado en una familia judía. Tenemos la
certeza que sus padres José y María lo introdujeron en la vida familiar, con su
cultura y su religión, costumbres y visión, como a cualquier niño de familia
judía. Lo encontramos participando de las fiestas religiosas, acudía a lugares propias
de su religión, como la sinagoga y participó de la vida cultual de su tiempo.
Si
entendemos por esas razones que Jesús era una persona religiosa, tenemos que
considerar la religión, para fijarnos si él fue una persona religiosa según los
judíos de su tiempo, o de otra forma que hacía de su vida y su persona una
realidad nueva y única en el modo de adorar a Dios, de comprenderlo y de
seguirlo en la existencia.
Jesús hace presente al Dios de la historia y su salvación. Rescata la sacramentalidad de la Creación, de los seres humanos y de su tejido de relaciones
Volviendo
a María y José, podemos decir que de tal palo, tal astilla, para afirmar que
Jesús bebió en la fuente de su hogar la sabiduría de su pueblo a través de esta
joven muchacha “llena de gracia” por Dios y del carpintero de Nazaret que nos
comunica una espiritualidad para el hombre de ayer y de hoy, superados los
condicionamientos patriarcales y machistas.
La
religión coloca al ser humano en relación con el mundo de la trascendencia y de
lo divino. Religare es el término original que nos dice que la religión es
relación, unir lo humano y lo divino, estar referidos tendencialmente desde
nuestra propia interioridad a un Dios que no es solo Creador, sino el Padre
Misericordioso. Que no es un Dios solitario, sino comunión con el Hijo y el Espíritu
Santo. Que no es fijación, ni es estático, que es Espíritu de vida, que
sostiene toda la existencia y transforma para ser capaces de acoger el don de Dios.
Sí,
entonces Jesús fue un hombre religioso. Pero si lo entendiéramos apegado a la
Ley, a las normas, al culto, al régimen piadoso que parece sustituir la
libertad y creatividad para hacer a Dios presente en la vida y hacer que la
vida sea un don para todos; si creemos que Jesús se sintió a gusto siguiendo
las tradiciones, entonces no. No era un hombre religioso de esa manera.
Jesús no
legitimó la religión que colocaba el sábado por encima de la persona. No se
dirigió a un Dios que está allá arriba en el cielo y no mueve y acompaña a la
gente de aquí abajo para que transforme la realidad. Él se sentía envuelto en
el amor de un Dios cercano y compasivo, que no condena al pecador, que atrae a
los alejados y marginados. Ese no es el Dios de la religión, de la culpa que
busca el castigo, del cumplimiento para ser favorecidos, del Dios que acecha y
no deja a los seres humanos ser libres y responsables.
En fin,
faltaría mucho qué decir. Pero afirmamos el modo de Jesús para centrar la vida
en la confianza en su Padre cercano, que se alegra con nosotros, que se hace
ternura con el hombre y la mujer, y nos invita al banquete de la vida, a
expresarlos en nuestras relaciones cordiales, de comunión. El Dios que no nos
infantiliza, favoreciendo y respetando nuestra actitud crítica, incluso ante
rostros deformados de él por la religión.
Jesús
será crítico ante la religión de su pueblo, con sus tiempos sagrados, espacios
sagrados y personas sagradas. Jesús hace presente al Dios de la historia y su
salvación. Rescata la sacramentalidad de la Creación, de los seres humanos y de
su tejido de relaciones. En ese sentido no era un hombre religioso, concluimos,
en la religión de su tiempo.
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