Nihil Obstat | MartÃn Gelabert Ballester, OP
La fe: salir de la propia tierra
Tanto para el Antiguo como para el Nuevo Testamento,
Abraham es el gran modelo de la fe. Su historia comienza con una extraña
llamada: “sal de tu tierra, de entre tus parientes y de tu casa paterna” (Gen
12,2). No es nada fácil hacer caso a una llamada asÃ: se trata de una auténtica
ruptura cultural. Un desarraigo asà representa para el hombre antiguo una
empresa irrealizable que sólo podÃa conducir a la ruina. ¿Cómo es posible
lanzarse a una aventura asÃ? Respuesta de S. Kierkegaard: “Por la fe Abraham abandonó
el paÃs de sus padres y fue un extranjero en la tierra prometida. Dejaba algo
tras él: su razón, y se llevaba algo consigo: la fe; si no hubiera sido asÃ,
pensando en lo absurdo del viaje, nunca habrÃa partido”.
También la fe cristiana es una ruptura. Nunca llega
precedida de lo propio. Irrumpe desde el exterior. Nadie nace siendo cristiano,
ni siquiera cuando nace en un mundo cristiano y de padres cristianos. El
cristianismo acontece siempre como un nuevo nacimiento. El ser cristiano
comienza con el bautismo, que es muerte y resurrección (Rom 6), no con el
nacimiento biológico.
La fe no es un profundizar en nuestra interioridad, sino abrirnos a lo que acontece
Como dice muy bien Joseph Ratzinger, la fe cristiana
no es producto de nuestras experiencias. Es un acontecimiento que llega a
nosotros desde fuera. Se basa en algo o alguien que nos sale al encuentro, algo
a lo que no llegamos con nuestras experiencias. La fe no es un profundizar en
nuestra interioridad, sino abrirnos a lo que acontece. La fe es acoger una
revelación, que me abre a lo nuevo, me arranca de mi mismo y me eleva sobre mÃ.
Por eso, la fe no es resultado de mi experiencia, sino algo que llega a mÃ
desde fuera. Los grandes misterios de la fe cristiana no son objeto de ninguna
experiencia interior. La Trinidad y la Encarnación son revelaciones,
acontecimientos que se me ofrecen. Este “venir desde el exterior” resulta
escandaloso para el hombre moderno, celoso de su autonomÃa.
Al inicio de su primera encÃclica, Benedicto XVI
resumió muy bien lo que significa la fe cristiana: “no se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva”.
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