Cultura
| Xavier Carbonell, SIGNIS Corresponsal
Rata inmunda, in memoriam. Dibujos animados en Cuba
Ya
viene siendo hora de que mi generación recuerde que nacimos en otro siglo. Esos
cuatro o cinco años que nos anclan a otro milenio justifican un puñado de
recuerdos y obsesiones comunes. Y como pocas cosas, nuestros dibujos animados
registraron con precisión suiza ese tránsito de un milenio a otro, de la
nostalgia al robo pragmático, del desespero a la burocracia y el cinismo.
Antes
de la Era Disney y después de la Era Soviética —qué suerte que no cayó sobre
nosotros en todo su esplendor— estuvo ese catálogo de dibujos animados en que
los que nacimos entre los ochenta y los noventa podemos citar con agilidad.
Hablo
de cuando, entre otros, los camaradas Bolek, Lolek, el conejo y el lobo
vengativo —le oÃmos prometer más de una vez: «¡me las pagarás!»— aun no habÃan
entregado el carné del partido para empezar una nueva vida sin el yugo eslavo.
Los toscos —o más propiamente, bolos— animados soviéticos hallaron compañÃa en
la isla tropical que, con el entusiasmo de siempre, ya comenzaba a encontrar la
expresión ideal para su humor gráfico.
Uno
podÃa encariñarse con aquellos «muñequitos» que hablaban como nosotros, y cuyos
problemas eran metáforas simplÃsimas del proceder socialista que los niños,
desde luego, no podÃamos ni querÃamos ver.
Me
vienen a la cabeza, en primer lugar, mis entrañables ratas inmundas, las que
iban a destrozar el huerto de los pioneros. Con veneración, tengo que decirlo,
recito aún el parlamento de aquellos pobres delincuentes, que habÃan caÃdo «en
el jamo» de los mojigatos y desordenados soldaditos.
De
aquella historia, que se transmitÃa para inculcarnos el valor de la unidad ante
el enemigo, me queda la célebre disculpa de una de las ratas: «Yo vine
embarcao, guardia, me trajo este, que es un antisocial». Mientras que el otro
roedor, indignado por la traición de su compañero, grita desesperado: «Mientes,
rata inmunda», sentencia que nos quedó —qué ironÃa— para describir a más de un
soldadito de plomo oficialista, sobre todo cuando hablaban por televisión.
Ojalá
pudiera ver aquellos muñequitos con la misma inocencia de entonces, sin que me
incomode la sospecha cuando los soldaditos le dan el poder supremo al
prepotente mambisito que, como el que no quiere las cosas, agradece a todos con
humildad cuando le dicen «jefe».
Cómo
no recordar aquellos silentes Filminutos de Juan Padrón, aunque no podamos
citarlos. O los muñequitos instructivos sobre el fuego, la electricidad y el
agua. De incendios, tiroteo, café, machetes, choteo y abuelitas aprendimos
mucho de Elpidio Valdés, que logró sobrevivir pese a la invasión de animados
norteamericanos —el infierno de todos tan temido— junto al mundo subterráneo
del vampirismo habanero, condenado a la inmortalidad de los clásicos.
Chuncha
puso de moda decir «¡alabao!», palabra insólita en una abuela socialista y vigilante
como ella; y aún hoy muchos de nosotros, tanto tiempo después y con tanto tigre
disfrazado de buena gente, seguimos lamentando no tener a mano nuestro winche,
para disparar un fogonazo contra los hipócritas.
Muchos
de aquellos animados se perdieron o naufragaron ya desde el principio, como
Matojo o el capitán Plin, aquel felino verde que todos querÃamos que abandonara
la pantalla para que entrara otra rata pirata, Ruy la Pestex, indudablemente
más entretenida que el gato.
Otros,
quizás porque recuerdan a una época y a unos valores en los que ya nadie cree,
duermen el sueño del olvido en los archivos del ICAIC. A veces, sin embargo, se
sienta uno distraÃdamente frente al televisor y, buscando en vano algo que ver
en nuestra exclusiva selección de canales, reconoce la cinta borrosa y
descolorida de alguno de ellos.
Lamento
no seguir siendo aquel niño, porque ya la vida nos está empezando a machacar
con problemas nuevos y viejos, garantizando la continuidad histórica de la
salación. Pero estos muñequitos nos reconcilian con ese mundo remoto en que
todo tenÃa una inocencia proletaria. Era el mundo que nuestros padres querÃan
vivir, aquel que les fue prometido y que nos querÃan regalar a nosotros con sus
dibujos animados, en un empeño tan triste e ingenuo que me conmueve aún hoy.
En
honor a ese empeño —aunque acabó siendo una estafa no deja de ser hermoso y
genuino— hago una convocatoria a los lectores de mi edad, en esta hora de
apocalipsis: «No os dejéis provocar, tratad de dormir». El que tenga oÃdos que
oiga, mis queridas ratas inmundas.
Publicado
en:
http://www.signis.net/noticias/cultura/09-03-2021/rata-inmunda-in-memoriamdibujos-animados-en-cuba
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