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    domingo, 14 de marzo de 2021

    Rata inmunda, in memoriam


    Cultura | Xavier Carbonell, SIGNIS Corresponsal

     



    Rata inmunda, in memoriam. Dibujos animados en Cuba

     

    Ya viene siendo hora de que mi generación recuerde que nacimos en otro siglo. Esos cuatro o cinco años que nos anclan a otro milenio justifican un puñado de recuerdos y obsesiones comunes. Y como pocas cosas, nuestros dibujos animados registraron con precisión suiza ese tránsito de un milenio a otro, de la nostalgia al robo pragmático, del desespero a la burocracia y el cinismo.

     

    Antes de la Era Disney y después de la Era Soviética —qué suerte que no cayó sobre nosotros en todo su esplendor— estuvo ese catálogo de dibujos animados en que los que nacimos entre los ochenta y los noventa podemos citar con agilidad.

     

    Hablo de cuando, entre otros, los camaradas Bolek, Lolek, el conejo y el lobo vengativo —le oímos prometer más de una vez: «¡me las pagarás!»— aun no habían entregado el carné del partido para empezar una nueva vida sin el yugo eslavo. Los toscos —o más propiamente, bolos— animados soviéticos hallaron compañía en la isla tropical que, con el entusiasmo de siempre, ya comenzaba a encontrar la expresión ideal para su humor gráfico.

     

    Uno podía encariñarse con aquellos «muñequitos» que hablaban como nosotros, y cuyos problemas eran metáforas simplísimas del proceder socialista que los niños, desde luego, no podíamos ni queríamos ver.

     

    Me vienen a la cabeza, en primer lugar, mis entrañables ratas inmundas, las que iban a destrozar el huerto de los pioneros. Con veneración, tengo que decirlo, recito aún el parlamento de aquellos pobres delincuentes, que habían caído «en el jamo» de los mojigatos y desordenados soldaditos.

     

    De aquella historia, que se transmitía para inculcarnos el valor de la unidad ante el enemigo, me queda la célebre disculpa de una de las ratas: «Yo vine embarcao, guardia, me trajo este, que es un antisocial». Mientras que el otro roedor, indignado por la traición de su compañero, grita desesperado: «Mientes, rata inmunda», sentencia que nos quedó —qué ironía— para describir a más de un soldadito de plomo oficialista, sobre todo cuando hablaban por televisión.

     

    Ojalá pudiera ver aquellos muñequitos con la misma inocencia de entonces, sin que me incomode la sospecha cuando los soldaditos le dan el poder supremo al prepotente mambisito que, como el que no quiere las cosas, agradece a todos con humildad cuando le dicen «jefe».

     

    Cómo no recordar aquellos silentes Filminutos de Juan Padrón, aunque no podamos citarlos. O los muñequitos instructivos sobre el fuego, la electricidad y el agua. De incendios, tiroteo, café, machetes, choteo y abuelitas aprendimos mucho de Elpidio Valdés, que logró sobrevivir pese a la invasión de animados norteamericanos —el infierno de todos tan temido— junto al mundo subterráneo del vampirismo habanero, condenado a la inmortalidad de los clásicos.

     

    Chuncha puso de moda decir «¡alabao!», palabra insólita en una abuela socialista y vigilante como ella; y aún hoy muchos de nosotros, tanto tiempo después y con tanto tigre disfrazado de buena gente, seguimos lamentando no tener a mano nuestro winche, para disparar un fogonazo contra los hipócritas.

     

    Muchos de aquellos animados se perdieron o naufragaron ya desde el principio, como Matojo o el capitán Plin, aquel felino verde que todos queríamos que abandonara la pantalla para que entrara otra rata pirata, Ruy la Pestex, indudablemente más entretenida que el gato.

     

    Otros, quizás porque recuerdan a una época y a unos valores en los que ya nadie cree, duermen el sueño del olvido en los archivos del ICAIC. A veces, sin embargo, se sienta uno distraídamente frente al televisor y, buscando en vano algo que ver en nuestra exclusiva selección de canales, reconoce la cinta borrosa y descolorida de alguno de ellos.

     

    Lamento no seguir siendo aquel niño, porque ya la vida nos está empezando a machacar con problemas nuevos y viejos, garantizando la continuidad histórica de la salación. Pero estos muñequitos nos reconcilian con ese mundo remoto en que todo tenía una inocencia proletaria. Era el mundo que nuestros padres querían vivir, aquel que les fue prometido y que nos querían regalar a nosotros con sus dibujos animados, en un empeño tan triste e ingenuo que me conmueve aún hoy.

     

    En honor a ese empeño —aunque acabó siendo una estafa no deja de ser hermoso y genuino— hago una convocatoria a los lectores de mi edad, en esta hora de apocalipsis: «No os dejéis provocar, tratad de dormir». El que tenga oídos que oiga, mis queridas ratas inmundas.


    Publicado en:

    http://www.signis.net/noticias/cultura/09-03-2021/rata-inmunda-in-memoriamdibujos-animados-en-cuba

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