Opinión | Fr. Francisco L.
de Faragó Palou, OP
La misión ante
el ser-negado (II) *
En la conferencia de Puebla de 1979 se señalaron
los pobres de América Latina: indígenas, campesinos, obreros, desempleados,
negros, subempleados, marginados de las ciudades y sobre todo las mujeres de
estos colectivos. Hoy por hoy podemos aplicar esta relación a todos los países
del sur. Pues bien, todos estos colectivos que suponen la mayoría de la
población de los países pobres, sin mayores esperanzas, enflaquecidos por
diferentes motivos raciales o sociales, son sometidos a diferentes mecanismos
de empobrecimiento, mecanismos creados por la propia sociedad. Seguimos con el
COVID19: Todos los países, han establecido normas de confinamiento para evitar
la pandemia; los gobiernos ordenan: las escuelas permanecen cerradas, y las
clases serán virtuales, vía internet. Se establece así un nuevo empobrecimiento
para los colectivos pobres, que no tienen solvencia económica para la compra de
ordenadores y pagar la conexión a internet: sus hijos no pueden seguir las
clases; y la condición humana de esas familias queda marcadas por la negación.
De hecho, todo empobrecimiento es una negación, se
niega la dignidad de la persona, se niegan sus derechos humanos, se niega hasta
su derecho a vivir cayendo en el genocidio (recordemos la historia de las
misiones y en ella las masacres habidas por las correrías de los caucheros en
el sur-oriente peruano; o pensemos en la desaparición de pueblos originarios en
tantos países latino-americanos).
La concentración de la tierra por las grandes
empresas agro-alimentarias, la riqueza mineral del subsuelo en manos de
multinacionales mineras y petroleras, dejan a la mayoría de la población sin
posibilidades de subsistencia, y bajo el dominio de imposiciones
socio-económicas, (salarios bajos, obligatoriedad de uso de una falsa moneda empresarial
con vales para economatos propios) y culturales (abandono de las tradiciones e
imposición de la esclavitud laboral en que se vive y se olvida con cerveza y
alcohol).
Ser pobre es sufrir en la carne la violencia de la
carencia, el dolor del eterno retorno de la falta de lo necesario, llorar ante
la conciencia de la propia negación-personal porque no tienes nombre, no eres,
solo cuentas. Ser pobre significa y comporta sufrir la constante opresión, la
represión y el hostigamiento de los poderosos, en una negación-global al
explotar tu entera vida para el interés del amo, manteniéndote en la condición
de negado, sin posibilidad de escapar.
Ya la conferencia de Puebla de 1979, hace ya 40 años, analizó el tema y planteó en su momento la teoría de la dependencia: Con la concentración de la propiedad de la tierra y del capital, las relaciones internacionales entre países ricos y pobres generan polos centros-periferia, tanto a nivel internacional (macro-sistema) que vincula las naciones, como a nivel nacional que vincula las clases sociales (micro-sistema). Los centros de ambos sistemas se relacionan y plantean los intereses políticos y económicos convenientes para sus beneficios, marginando de ellos a las mayorías de las periferias. A pesar de los cuarenta años transcurridos desde aquella conferencia, de los estudios realizados sobre la deuda externa de los países pobres y su cancelación, la situación actual de los pobres no difiere de aquella de hace cincuenta años, y si difiere lo es a peor: los pobres son más pobres y los ricos más ricos. Pero lo que queda claro es que el problema de la pobreza sigue estando a nuestro lado y entre nosotros: religiosos y por ende misioneros.
*Fr. Francisco L. de Faragó Palou, OP
Director de Selvas Amazónicas – Misioneros
Dominicos
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