Ecología
del Espíritu | José Cristo Rey García Paredes
¿Podemos “salvar” el planeta, el clima, la hospitalidad…?
Ha habido
un tiempo en la Iglesia en que esta palabra “salvación” parecía demasiado
espiritualista. Se recurrió a la palabra “liberación”, o a otras expresiones
como “opción por…”, “lucha…” Inconscientemente fuimos poco a poco dejando de
lado al “salvador”, al “redentor”. Hoy, sorprendentemente, la palabra
salvación, o mejor, el verbo “salvar” (en inglés “save”) recupera su actualidad
y está a la orden del día. El verbo “salvar” (en inglés “save”) es referido a
realidades diversas: los niños, el cambio climático, los mares, el planeta, el
mundo, la hospitalidad y… hasta “salvemos el fútbol…”. Y detrás de ese verbo
hay una confianza poderosa en el ser humano, al menos, ¡en la solidaridad de
muchos seres humanos! En clave religiosa podríamos también decir: “salvemos la
Iglesia”, “salvemos el sacerdocio”, “salvemos la vida consagrada”, “salvemos
las parroquias”, “salvemos la comunidad”.
Confianza
excesiva
Detrás de
este imperativo “salvemos” o “salven” se oculta siempre una confianza mesiánica
(¡excesiva!) en el ser humano, en sus capacidades y en su solidaridad.
¡Todos
juntos… podemos salvar!
La
salvación no va a llegar desde otro lugar.
La fuerza
de la salvación reside en que nosotros, algunos de nosotros, nos impliquemos y
comprometamos a salvar a los demás.
Creemos así
que salvaremos… e incluso nos ponemos fechas en las cuales decimos estar
seguros de que la salvación -de tantos males como nos aquejan- llegará.
Hoy “el
salvador”
es aquel
líder carismático que nos presenta un programa y nos pide colaborar con Él.
Votaremos…
y al votar estaremos viendo en nuestra papeleta de voto la palabra “salvación”.
Lo mismo
nos puede ocurrir dentro de la Iglesia:
tal persona
será el papa Salvador, el obispo Salvador, el Superior General salvador…
y con el
paso del tiempo vemos… que la salvación no llega, y que tras mucho esperar
¡palabra sí!, ¡hechos no! ¡Después llegan las decepciones!
¿Eres tú el
que ha de venir, o hemos de esperar a otro?
¡Ten
confianza, soy yo!
“Bendito
quien confía en el Señor, y el Señor es su confianza” (Jer 17,7).
O cuando
Jesús les dice a sus discípulos: “¡Tengan confianza, soy yo! ¡No tengan miedo!”
(Mt 14, 27).
La Biblia
nos repite una y mil veces que la salvación nos viene del Señor:
· “del Señor es la salvación” (Sal 3,9),
· “Él es mi salvación” (Sal 35,3),
· “hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Jn 4,22).
El Salvador
y sus aliados porque “han creído”
Es verdad,
que nuestro Dios “salva”, pero “en alianza con nosotros”. Lo que nos hace
aliados de nuestro Salvador es “la fe”, la confianza absoluta en Él.
La
salvación no viene de “evidencias”, sino de la “fe” y de la visión que la fe
nos concede. Creer para ver. Creer para que la salvación llegue. Cuando la
palabra “salvación” no tiene un horizonte trascendente la salvación se
convierte en “pura ilusión” y quienes se sienten “salvadores” en “hacedores de
la nada”, “vendedores de humo”.
· Somos desgraciados porque no creemos en la Gracia.
· No experimentamos la salvación porque queremos salir del
pozo tirándonos de nuestros cabellos.
· No somos “los salvadores de nada, ni de nadie”.
· Sí podemos ser la colaboradores y cómplices en la Salvación.
·
Pero hay
que ser cautos: ¿con quién estamos en Alianza?
· ¡Ni con el presidente del gobierno, ni con un líder
político, ni con el mejor pensador del momento, ni siquiera con el papa
“Francisco”, ¡siendo de su “línea”!
· ¡Cómplices del Espíritu! Y así sucede cuando del corazón nos
brota una oración tan bella y permanente como la secuencia de Pentecostés
· “Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo, padre
amoroso del pobres, don en tus dones espléndido”…
Por eso, no
dejemos de anunciar esta Buena Noticia. Experimentemos cómo la conexión con el
Espíritu del Abbá y de Jesús es ¡nuestra salvación! Y también la unión con la
“Cómplice del Espíritu”, María -rostro e icono femenino de nuestro Dios-.
Digamos con fe y convicción: el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y
la tierra. ¡Qué pena que haya tanta gente que nunca suplica, que nunca ora, que
no cree… a no ser en sus propias fuerzas! Algún día se desencantarán. Pero hay
otros que mueren aunque sea viendo a lo lejos “la tierra Prometida”.
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