Espiritualidad | Ron Rolheiser/CR
Cuando
dudamos del poder de la oración
Necesitamos
orar aun cuando eso parezca hacer la cosa con menos vida. Ese es un consejo de
Michael J. Buckley con el que necesitamos desafiarnos diariamente. Ante la vida
real, la oración puede parecer con frecuencia la cosa con menos vida. ¿Qué
supone hacer oración?
¡Rogaré por
ti! ¡Por favor, ruega por mí! ¡Cuenta con mis oraciones! Usamos esas
expresiones continuamente. Sospecho que no hay un solo día en que la mayoría de
nosotros no prometamos orar por alguien. Sin embargo, ¿creemos de verdad que
nuestras oraciones cambian las cosas? ¿Creemos de verdad que nuestras oraciones
pueden frenar una pandemia, aliviar tensiones en nuestras comunidades, borrar
incomprensiones seculares entre diferentes denominaciones religiosas, curar a
alguien que está muriendo de una enfermedad terminal, hacer que nuestros hijos
vuelvan a la iglesia, o ayudar a alguien a perdonarnos? ¿Qué puede hacer la
oración ante nuestra propia impotencia en una determinada situación?
Jesús dijo
que hay ciertos demonios que sólo pueden ser expulsados mediante la oración y
el ayuno. Sospecho que encontramos eso más fácil de creer literalmente, en
términos de un espíritu maligno siendo expulsado de una persona, que creer que
nuestra oración pueda arrojar los demonios más mundanos del odio, la
injusticia, la incomprensión, la división, la guerra, el racismo, el
nacionalismo, la intolerancia y la enfermedad corporal y mental. Estos son los
verdaderos demonios que acosan nuestras vidas y, aun cuando pedimos la ayuda de
Dios en la oración, no lo hacemos a menudo con mucha confianza de que nuestras
oraciones cambiarán las cosas. ¿Cómo pueden hacerlo?
La larga
historia del Judaísmo y el Cristianismo nos ha enseñado que Dios no está en la
fácil costumbre de interferir positivamente en la naturaleza y la vida humana,
al menos no de las maneras que podamos ver. Los milagros suceden, quizá por
millones, de maneras que no podemos percibir. Pero, si no podemos ver los
milagros, ¿cómo son reales?
La realidad
tiene diferentes modalidades. Existe lo empírico y existe lo místico. Ambos son
reales, aunque ambos no son igualmente observables como una acción de Dios en
la historia. Si un cuerpo muerto se levanta de la tumba (la Resurrección) o si
una multitud de gente camina a pie enjuto a través del Mar Rojo (el Éxodo), eso
es claramente una intervención de Dios en nuestro mundo; pero si algún líder
mundial tiene un cambio del corazón y súbitamente sintoniza más con los pobres,
¿cómo sabemos lo que impulsó eso? Igualmente, para todo lo demás por lo que
oramos. ¿Qué inspiró la intuición que condujo al descubrimiento de una vacuna
para la pandemia? ¿Pura casualidad? ¿Un toque de arriba? Puedes preguntar esa
misma cuestión respecto a la mayoría de las demás cosas por las que oramos,
desde la situación del mundo hasta nuestra salud personal. ¿Cuál es la fuente
de una inspiración, una recuperación de la salud, una fusión de una amargura,
un cambio del corazón, una decisión correcta, o una ocasión de encontrarte con alguien
que viene a ser una gracia para el resto de tu vida? ¿Pura casualidad, simple
azar, o una conspiración de accidentes? ¿O la gracia y la guía de Dios te toca
positivamente a causa de la oración, de algún otro o la tuya propia?
Central a
nuestra fe como cristianos es la creencia de que todos somos parte de un cuerpo
místico, el Cuerpo de Cristo. Esto no es una metáfora. Este cuerpo es un
organismo viviente, exactamente tan real como un cuerpo físico. En un cuerpo
físico, como sabemos, todas partes se influyen mutuamente, para bien y para
mal. Las enzimas saludables ayudan al cuerpo entero a mantener su salud, y los
virus dañinos trabajan para enfermar al cuerpo entero también. Si esto es
verdad, y lo es, entonces no hay tal cosa como una verdadera acción privada.
Todo lo que hacemos, incluso en nuestros pensamientos, influye en otros, y así,
nuestros pensamientos y acciones son o enzimas saludables o virus dañinos que
afectan a otros. Nuestras oraciones son enzimas saludables y afectan al cuerpo
entero, particularmente a las personas y eventos a los que las dirigimos. Esta
es una doctrina de fe, no una ilusión.
Al principio
de su vida, Dorothy Day fue cínica para con Teresa de Lisieux (La Florecilla)
creyendo que su aislamiento en un pequeño convento y su “caminito” místico (el
cual profesaba que nuestras más pequeñas acciones afectan a los acontecimientos
del mundo entero) era piadosa ingenuidad. Más tarde, cuando Dorothy se entregó
a actividades simbólicas en favor de la justicia y la paz que de hecho parecían
cambiar muy poco en la vida real, adoptó a Teresa como su santa patrona. Lo que
Dorothy había llegado a observar a través de su experiencia era que sus
pequeñas y aparentemente inútiles acciones pragmáticas por la justicia y la paz
no eran inútiles en absoluto. Pequeñas y todo como eran, ayudaban a descubrir
algún espacio, diminuto al principio, que crecía lentamente en algo más extenso
y más influyente. Al soltar algunas pequeñas enzimas en el cuerpo del mundo,
Dorothy Day al fin ayudó a crear un poco más de salud en el mundo.
La oración
es un antibiótico furtivo y secreto, necesario precisamente cuando parece lo
más inútil.
Publicado por
Ciudad Redonda
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