Evangelización | Juan Antonio Ruiz Rodrigo/A&O
En la puerta de la Navidad
IV domingo
de Adviento / Evangelio: Lucas 1, 39-45
El cuarto domingo de Adviento nos pone ya en la
puerta de la Navidad, anunciando a un Dios muy cercano que toma la iniciativa
de compartir su misma vida con nosotros. Encendemos la cuarta vela de nuestra
corona simbólica. Es la etapa final de nuestra peregrinación, la última semana
de preparación para la celebración de la Natividad del Señor.
El Evangelio de
este domingo muestra el encuentro gozoso de dos mujeres embarazadas: MarÃa e
Isabel. Es el saludo de dos mujeres encintas, la alegrÃa de ver la vida que
crece en ellas. Contemplamos la visita apresurada, alegre, gozosa, de MarÃa a
su pariente Isabel, que vive en la montaña de Judá, que está casada con un
sacerdote, ZacarÃas, y que en la vejez ha concebido un hijo, habiendo sido
estéril.
Dios es vida y es el origen de una existencia
dinámica y creativa. De hecho, en el pasaje evangélico vemos a MarÃa en el
momento que sigue al anuncio del ángel, recién fecundada por la Palabra,
levantándose «apresuradamente» para correr hacia Isabel, a pesar del riesgo que
conlleva un embarazo incipiente. Cuando la vida de Dios nos toca se pone en
marcha nuestra iniciativa más profunda y toda nuestra creatividad.
El Evangelio dice que MarÃa «se levanta». Es el
mismo verbo que se usa para la resurrección, porque Ella está llena de la vida
de Dios. La palabra «prisa» es la traducción de una palabra griega que significa
también diligencia, entusiasmo, autenticidad. MarÃa va con entusiasmo a ver a su prima.
Es la felicidad de una joven embarazada que quiere compartir una gran noticia
con alguien que la pueda entender, la mujer de la que le habló el propio
Gabriel. MarÃa se pone en pie con entusiasmo, portando algo que no puede
guardarse para sà misma, una noticia que desea comunicar. La vida creyente
también es una actividad que brota de la experiencia de una alegrÃa especial,
de un gran amor; tenemos algo maravilloso para compartir.
¡Qué impresionante escena la del Evangelio de este
domingo! MarÃa, con su vientre ya habitado, va a visitar a Isabel, también
embarazada. Son dos madres que se abrazan. Una representa lo mejor del Antiguo
Testamento: Isabel, que nos recuerda a tantas mujeres que han acompañado al
patriarca, al profeta o al sacerdote, a la espera de la bendición de Dios
(Sara, Rebeca, Raquel, Ana, la madre de Sansón). Otra es el inicio del Nuevo
Testamento: MarÃa. No es ya una mujer estéril, sino que es virgen. Se trata de
una ruptura de la historia, hay una intervención real de Dios para que sea
madre. De este modo, el Nuevo Testamento va a visitar al Antiguo Testamento.
Sin embargo, MarÃa no es la simple evolución del Antiguo Testamento.
Ciertamente, este está en el sustrato del Nuevo Testamento, ha sido el camino
para llegar a Él. Pero MarÃa es un adelanto del futuro, de la eternidad. AquÃ
nos encontramos ante una especial intervención divina.
Por esto, el Nuevo Testamento es el mañana hecho
hoy, el futuro convertido en presente. Es decir, el Nuevo Testamento va a
asumir el Antiguo, y no al revés. De tal manera que toda la historia de la
salvación contenida en el Antiguo Testamento no es más que un conjunto de
intervenciones de Dios para llegar a este momento.
MarÃa visita a Isabel, y va a despertar al
precursor, va a levantar en él el deseo de anunciar al Señor desde el mismo
vientre de su madre. E Isabel, la esposa del sacerdote, va a bendecir a MarÃa,
reconociendo que Ella está bendecida por Dios, y que es la más afortunada entre
todas las mujeres. Bendecir es una acción de Dios: es que la Palabra divina no
solo nos desea felicidad, sino que crea (cf. Gn 1). La Palabra del Señor es
siempre creadora, y cuando nos llega nos sorprende y suscita en nosotros una novedad
extraordinaria. Si nos bendice nos recrea. AsÃ, MarÃa es la bendita entre las
mujeres, la nueva criatura, la nueva Eva.
Este encuentro entre el pasado (Isabel) y un
presente que contiene el futuro (MarÃa) es muy importante para nosotros. No
miremos excesivamente al pasado. Abramos la mente y el corazón a la nueva
intervención de Dios, a su novedad. Dejemos que Dios bendiga ese pasado,
entregándoselo y poniéndolo en sus manos.
Acerquémonos a la Navidad, y celebremos este
misterio de luz y de amor. Dios habita entre nosotros. Ya no hay vuelta atrás.
El que se ha censado en nuestra vida no va a cambiar el padrón. Ha querido
instalarse aquÃ, y esto es para siempre. No ha elegido una estructura grande ni
un lugar suntuoso. Ha escogido algo frágil, débil, escondido, vulnerable. ¡Qué
misterio nos envuelve en estos dÃas! Por eso, no descuidemos la Navidad.
Vayamos a Belén, que es un lugar de encuentro, de paz y de amor. Cantemos
villancicos, rezándolos. Miremos la cuna, y adoremos al Niño Dios.
Publicado
por Alfa & Omega
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