Perfiles | Francisca Abad MartÃn
Santo Domingo Savio
(Patrono de los monaguillos)
La gracia de Dios realiza prodigios y
puede hacer resplandecer su gloria y su poder en la persona de un niño, que
apenas tuvo tiempo para iniciarse en la aventura de la vida. A veces para
realizar su obra el AltÃsimo pone sus ojos en los más humildes y los ensalza
por encima de los demás. Tal fue el caso de Domingo Savio, un adolescente
italiano, que con sus escasos 15 años de vida puede ser considerado como todo
un modelo de entrega y fidelidad a Dios, en él podemos reconocer al santo no
mártir, más joven de la Iglesia Católica.
Nació el 2 de abril de 1842 en San
Giovanni da Riva, cerca de Chieri (Italia), pero cuando tenÃa solo 20 meses,
sus padres, Carlino Savio y BrÃgida Gaiato, se trasladaron a Murialdo. Siendo
muy pequeño su madre lo llevaba a la Iglesia para que fuera aprendiendo a
ayudar a misa como monaguillo.
En febrero de 1849 se trasladó de nuevo
la familia a Mondonio, cerca de Castelnuovo. Viendo su madurez y la preparación
que tenÃa, le admitieron para la Primera Comunión con solo 7 años. Hizo unos
propósitos, que escribió de su puño y letra, en el reverso de una estampa. Eran
estos: “confesarse frecuentemente, santificar los domingos de forma especial,
tener siempre como sus mejores amigos a Jesús y a MarÃa y preferir morir antes
que pecar”.
Ciertamente Dios le tenÃa ya
predestinado. Según la biografÃa que escribió de él S. Juan Bosco, 2 años
después de la muerte de Domingo, esos propósitos escritos el dÃa de su Primera
Comunión, fueron una especie de “hoja de ruta” para sus acciones hasta el final
de su vida. El maestro que tuvo con 11 años afirmaba que jamás habÃa tenido un
alumno como él.
El 2 de octubre de 1854, Domingo se
encontró por primera vez con San Juan Bosco y el 29 de octubre entró en el
Oratorio de Valdocco de TurÃn, para completar sus estudios. Seis meses después,
tras un sermón de Don Bosco sobre la austeridad y el sacrificio, Domingo
renovaba esa promesa del dÃa de su Primera Comunión, ante el altar de la Virgen
MarÃa.
La primera vez que se entrevistó a solas
con Don Bosco, Domingo le habÃa dicho: “¡Ayúdeme a ser santo!”. Empezó una vida
de austeridad y renuncias, limitando sus comidas y las horas de descanso y
aumentando sus horas de oración ante la SantÃsima Virgen. Viendo Don Bosco que
Domingo se “pasaba” en sus ascetismos, le prohibió terminantemente esos
“excesos” sin su permiso. Desde ese momento, Domingo se volcó más en el trato
con sus compañeros, especialmente en aquellos que estaban más marginados o a
los que estaban enfermos, demostrando una sana y jovial alegrÃa en todo cuanto
hacÃa.
Tal como habÃa predicho Don Bosco, sus
austeridades “pasaron factura” y se resintió su salud. En febrero de 1857 tuvo
una fuerte tos que le obligó a guardar cama varios dÃas, pero como no mejoraba,
el domingo 1 de marzo fue devuelto a la casa de sus padres. Le diagnosticaron
pulmonÃa. Al ver que su enfermedad se agravaba, él mismo pidió que le
administraran la “unción de enfermos”. A las 9 de la noche del dÃa 9 de marzo
le pidió a su padre que rezara con él las oraciones de los agonizantes. A las
10 dijo: “¡Qué maravilla lo que estoy viendo!”. Y expiró. Le faltaban 3 semanas
para cumplir los 15 años.
Fue sepultado en el cementerio de
Mondonio, pero en octubre de 1914 la Iglesia pidió que sus restos fueran
trasladados a la BasÃlica de MarÃa Auxiliadora de TurÃn, donde reposan
actualmente.
Dos años después de su muerte, Don Bosco
publicó su biografÃa con el tÃtulo: “Vita del giovanetto Savio Domenico”. Fue
beatificado por Pio XII el 5 de marzo de 1950 y canonizado por el mismo Papa el
12 de junio de 1954.
Reflexión desde el contexto
actual:
Por lo que sabemos de él, este
adolescente pasa por ser un ejemplo de piedad, obediencia, alegrÃa y
compañerismo. Su amor a la SantÃsima Virgen y sus deseos de santidad, no son
frecuentes en nuestros dÃas. Para él la primera comunión supuso el comienzo de
una vida espiritual en ascenso vertiginoso, lo que sin duda contrasta con lo
que está sucediendo hoy dÃa, en que la Primera Comunión, ha quedado
desvirtuada, pasando a ser algo muy parecido a “un rito social”, que una vez pasado
ya nadie se acuerda de él, sin que represente para nada el primer paso para una
vida de piedad continuada. Tristemente en la generalidad de los casos, los
niños que hacen en nuestros dÃas la primera comunión, no podemos decir que
hayan quedado marcados por este relevante acontecimiento.
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