Fe y Vida | Miguel A. Munárriz/FA
Obra del Espíritu Santo
Mt
1, 18-24
«La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo»
Es
notable el número de fecundaciones divinas que pueblan los mitos, por lo que
añadir el nombre de María a esa lista (reduciendo la acción del Espíritu a lo
biológico) es perder el sentido profundo del relato. Todos “venimos” del
Espíritu Santo; todo es obra suya, pero sin duda Jesús es su obra más acabada y
no hay forma de entender su vida y su legado de otro modo.
En
un principio, ese Espíritu de Dios se cernió sobre la Tierra poniendo orden en
el caos primitivo, se coló por las narices del muñeco de barro para que en el
mundo pudiese haber amor, tolerancia, libertad, felicidad… suscitó profetas que
guiasen a los hombres y mujeres por el camino de la vida y sopló como un
huracán en Jesús de Nazaret. Sin duda ha sido también el espíritu de Dios el
que ha mantenido su memoria hasta nuestros días a pesar de las innumerables
barbaridades que hemos cometido sus seguidores, y albergamos la esperanza de
que seguirá actuando hasta que la humanidad alcance su plenitud.
El
capítulo segundo del Génesis concibe al ser humano como una combinación de
arcilla y aliento de Dios; de barro y espíritu de Dios: «Modeló Yahvé Dios al
hombre de la arcilla y le sopló en el rostro aliento de vida». Y esta
definición formulada en el Génesis hace más de tres mil años sigue siendo hoy
válida para muchos de nosotros. El cronista no tiene ni idea de genética ni de
evolución biológica, y aunque la hubiese tenido, le habrían parecido totalmente
irrelevantes frente el mensaje central que nos quiere enviar: “El mundo es obra
de Dios, y en el ser humano alienta su Espíritu”.
En
todo ser humano sopla el viento de Dios, su espíritu, aunque en algunos este
soplo sea apenas perceptible y en la mayoría de nosotros no pase de ser una
brisa que solo en ocasiones pone de relieve nuestra humanidad.
Pero
a lo largo de la historia, ese soplo, ese aliento, esa acción de Dios, en
definitiva, se ha manifestado de forma poderosa en muchos hombres y mujeres de
cualquier tiempo, lugar o condición. Sin apenas remontarnos en la historia,
podemos recordar a Pedro Arrupe, Vicente Ferrer, Mohandas Gandhi, Teresa de
Calcuta, Martin Luther King, Oscar Arnulfo Romero… y tantos otros que
decidieron “negarse a sí mismos” para entregar su vida a los demás.
Pero
tampoco es preciso acudir a la biografía de estos personajes para sentir el
soplo de Dios en los seres humanos; basta que miremos a nuestro alrededor para
que lo veamos en ese pariente, o ese amigo, o aquel compañero de trabajo... Es
muy difícil sustraerse a una realidad tan evidente si uno va un poco atento por
la vida.
Ahora
bien, por encima de todos, hubo un hombre en quien el soplo de Dios se
manifestó de una forma tan extraordinaria que somos incapaces de entenderla o
formularla. Según su amigo Pedro, pasó por el mundo haciendo el bien y sanando
a los oprimidos por el mal porque Dios estaba con él… y es que, como dijo el
Ángel: «No dudes José, porque la criatura que hay en su seno es obra del
Espíritu Santo».
Publicado
por Feadulta.com
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