Reflexión | P. José Pastor Ramírez/LD
¡Afinemos el oído!
En
la Biblia, el número cuatro hace referencia a lo material, al cosmos y al
mundo; pero cuando está seguido de ceros indica que en el escenario terrenal
abundan las pruebas y las dificultades; además, hace alusión al cambio. En ese
mismo orden, la cuaresma alude a cuarenta días, iniciando con el miércoles de
ceniza y concluyendo con la Cena del Señor, el jueves santo. La práctica de la
Cuaresma se remonta al siglo IV.
El
camino cuaresmal persigue una transfiguración personal, eclesial y social. Una
transformación que, en los tres casos, halla su modelo en el rostro iluminado y
resucitado de Jesús. Para lograr tales metas se requiere, ponerse en camino, un
camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración.
En
esta peregrinación hay que evitar refugiarse en una religiosidad hecha de
acontecimientos extraordinarios y de experiencias sugestivas, por miedo a
afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus
contradicciones. “La Cuaresma es un tiempo propicio para quitarnos las máscaras
que llevamos cada día aparentando ser perfectos a los ojos del mundo; para
luchar contra la falsedad y la hipocresía. No las de los demás, sino las
propias”.
En
este tiempo, “se nos ofrecen cuarenta días favorables para reencontrarnos, para
detener la dictadura de las agendas siempre llenas de cosas por hacer; de las
pretensiones de un ego cada vez más superficial y engorroso; y de elegir lo que
de verdad importa”. El Papa Francisco dice que “la Cuaresma, ciertamente, es el
tiempo favorable para volver a lo esencial, para despojarnos de lo que nos
pesa, para reconciliarnos con Dios, para reavivar el fuego del Espíritu Santo
que habita entre las cenizas de nuestra frágil humanidad. Es el tiempo para
volver al Señor de todo corazón”.
La Cuaresma es el tiempo propicio para dejar
espacio a la palabra de Dios, el tiempo para apagar la televisión y abrir la
Biblia, el tiempo para separarnos del celular, de las redes sociales y
conectarnos al Evangelio. Se nos otorgan cuarenta días para dar a Dios la
primacía en nuestra vida, para volver a dialogar con Él de todo corazón y no en
momentos ocasionales”. Hay tres grandes pilares o vías para volver a Dios y a
los demás: la limosna, la oración y el ayuno. Es el tiempo para renunciar a
palabras inútiles, chismes, habladurías, justificaciones, victimismos y hablar
con el Señor. El tiempo para dedicarse a una santa ecología del corazón: hacer
una limpieza profunda. Vivimos en un ambiente contaminado por una violencia
verbal de tantas palabras ofensivas y nocivas que internet amplifica a su modo.
Es
decir, estamos sumergidos en palabras vacías, en publicidad de mensajes
tortuosos y engañosos, estamos acostumbrados a oírlo todo de todos, y corremos
el riesgo de resbalar a una mundanidad, que, atrofia el corazón. Y para curar
esto no hay bypass, solo el silencio. Nos cuesta distinguir la voz del Señor
que nos habla, la voz de la conciencia y la voz del bien. ¡Afinemos el oído!
Publicado
por Listín Diario
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