Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Id a las ovejas descarriadas de Israel
Miércoles de la 14ª semana de tiempo ordinario /
Mateo 10, 1-7
Evangelio:
Mateo 10, 1-7
En aquel
tiempo, Jesús, llamó a sus doce discÃpulos y les dio autoridad para expulsar
espÃritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
Estos son
los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés,
su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé,
Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y
Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas
instrucciones:
«No vayáis
a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas
descarriadas de Israel.
Id y
proclamad que ha llegado el reino de los cielos».
Comentario
«Jesús
llamó a sus doce discÃpulos y les dio autoridad». Cuando Jesús llama lo primero
que hace es dar. El mismo llamamiento es ya un don, porque la vida consiste en
ser llamado por Él: sólo existimos porque Dios pronuncia nuestro nombre, y nos
llama de la nada, y sólo da sentido a nuestro obrar el llamamiento de Jesús a
una misión concreta: la vida entera consiste en la respuesta a la vocación (vocatio = llamada) de Dios; podremos ser o hacer
otras cosas, pero ninguna de ellas nos realizará verdaderamente. Sólo sacia
nuestro deseo de vida la misión a la que hemos sido llamados, y en la medida en
que pongamos en ella toda nuestra existencia.
En ese
sentido, la «autoridad» concreta que los apóstoles tienen consiste en la
relación personal que cada uno de ellos tiene con Jesús, en la pronunciación
concreta de su nombre. Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás,
Mateo, Santiago y Tadeo, Simón y Judas tienen la autoridad de haber sido
llamados por Jesús. Ellos son esa relación con Jesús, y por eso le representan,
le hacen presente. Si pueden «expulsar espÃritus inmundos y curar toda
enfermedad y toda dolencia» es por la relación con Él. Sólo porque tienen esa
relación también tienen esa autoridad. Y solo en la medida en que vivan de esa
relación, en la medida en que se orienten a ella y dependan de ella, esa
autoridad crecerá.
Son
enviados: «Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos». Vibrará en
sus voces ese anuncio, e impactará en los corazones de aquellos que lo oigan,
en la medida de su fe. Del mismo modo nosotros: sólo la escucha de su voz que
nos llama hará fructÃfera nuestra misión allà donde hayamos sido enviados: a
nuestras casas, en nuestras Iglesias, en nuestros trabajos y en medio del
mundo.
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