Nuestra Fe | Antonio Piñero
El Diablo cristiano: Satanás, Beelzebul, Belial, maligno, enemigo,
tentador...
"La figura del diablo en los orígenes mismos del cristianismo"
Y así llegamos a la figura del diablo en
los orígenes mismos del cristianismo, en sus primeros documentos: el
Nuevo Testamento. En líneas generales debemos afirmar que la “demonología”
–creencia en los demonios– del cuerpo de textos en los que se basa el
cristianismo se deriva fundamentalmente del judaísmo apocalíptico de los siglos
anteriores, de ciertas tradiciones que habían ido acumulando los fariseos y de
diversas ideas de los griegos, pero todas ellas tamizadas por el filtro del
propio judaísmo.
Es evidente que el grupo de escritos primitivos
cristianos da por supuesta la existencia del Diablo y prácticamente no se
plantea ninguna de las cuestiones en torno a su origen y procedencia. El
Nuevo Testamento tiene muchas maneras de denominar al Diablo que son reflejos
de creencias pasadas. Lo llama Satanás (término predilecto de Pablo
que no usa Diablo: Beelzebul (en un par de ocasiones); Belial (sólo en 2 Corintios
6,15: texto no genuinamente paulino, sino probablemente insertado en la carta
por un discípulo esenio convertido), enemigo, tentador, maligno, príncipe
(Evangelio de Juan 12,31; 14,30; 16,11) y “dios de este mundo” (2 Corintios
4,4); “espíritu inmundo” o simplemente espíritu o ángel.
La concepción neotestamentaria del Diablo se halla
determinada por la oposición absoluta Dios‑Satán, o, si se quiere, entre el
mediador del Reino de Dios, Jesús, y Satán. En verdad no son muchos los textos
en los Evangelios que hablan claramente de esta oposición; en realidad sólo dos
básicos y fundamentales: la historia de la tentación en el desierto
(Evangelio de Mateo 4,1‑11 y paralelos) y la disputa con los fariseos sobre qué
poder tiene Jesús para expulsar a los demonios (Evangelio de Marcos
3,22 y par.). Jesús es el único que puede con el Diablo, el que pone fin a su
reino. Según el cuarto evangelista (12,31), por la venida y obra del Nazareno
el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y según Lucas (10,18), Jesús
tuvo una visión en la que contemplaba a Satanás que caía del cielo, destronado,
como un rayo, cuando sus discípulos pregonaban la venida del Reino de Dios.
Imagen global del Diablo en el Nuevo Testamento
El escenario completo de esta pelea se imagina más
o menos así en el Nuevo Testamento considerándolo en conjunto y mezclando las
concepciones de los diversos autores de las obras en él contenidas:
Dios creó en el principio un mundo esencialmente
bueno, pero que es estropeado por la rebelión angélica y
sus consecuencias; muy cerca del comienzo del mundo, inmediatamente tras la
creación de Adán, Miguel derrota a Satanás y sus huestes y los arroja del cielo.
Entonces tiene lugar la seducción del paraíso (Génesis 3) producida por Satán
como venganza. El pecado inducido por el Diablo trae como resultado la muerte,
las enfermedades y toda suerte de desgracias.
Otros diablos son también ángeles caídos, pero
justamente por haberse enamorado de las hijas de los hombres.
Este suceso ocurre mucho después de la creación de Adán. Tales ángeles son
igualmente expulsados del cielo, son arrojados al mundo subterráneo, pero de
algún modo salen de él para dañar a los humanos. Son éstos y los otros
demonios, más el único jefe de ambos grupos (no se explica cómo se alza con el
mando supremo), los causantes de todos los males. Por la continua actividad de
Satán y sus secuaces el mundo ha caído de hecho en las redes del pecado. No hay
manera de escaparse de esta esclavitud.
El mal no procede de hecho directamente de Dios
–aunque lo consiente; no se plantea nunca esta cuestión–, sino del Diablo y del
mal uso del libre albedrío por parte de los hombres que siguen sus malas inclinaciones
y las sugestiones perversas de Satanás. La situación de los hombres es
desesperada, abocada a una condenación eterna hasta que llega la
plenitud de los tiempos y aparece Jesús anunciando la inmediata venida del
Reino de Dios. La misión de Jesús está abocada a contrarrestar toda la obra del
Diablo, por lo que éste se opone con todas sus fuerzas. Pero Jesús demuestra
ser mucho más poderoso, y por su predicación, curaciones y exorcismos comienza
el Demonio a ser derrotado. Pero no del todo; ni mucho menos.
Esta lucha se prolongará por largo tiempo, pero al
final de los siglos el Demonio será totalmente derrotado y condenado al fuego
eterno. No queda claro si este final del tiempo es algo absoluto y ocurre
una vez tan sólo (teoría común en el Nuevo Testamento), o si antes del Juicio
definitivo hay una segunda venida de Cristo en la que éste derrota a Satán y lo
encadena durante mil años (Apocalipsis de Juan).
En esta segunda concepción –que fue declarada
herética en los siglos posteriores, a pesar de ser defendida por el autor del
Apocalipsis– durante este tiempo vivirán los justos en la tierra
felicísimamente. Pasados estos años, quedará suelto el Diablo, pero se
producirá su segunda y definitiva derrota, el Juicio definitivo y la
liquidación absoluta del mal sobre el universo. En las profundidades de la
tierra, el infierno, vivirá por siempre el Diablo y no tendrá ya más poder que
el que ejercerá contra los malvados humanos, condenados al igual que él a
tormentos sin fin.
Entonces vendrá el paraíso definitivo, donde
reinarán Jesucristo y su Padre, y donde el Demonio no tendrá papel ninguno, por
lo que los justos serán perpetuamente dichosos.
Seguiremos, en lo poco que queda ya de esta serie,
tratando más en concreto las actuaciones del Diablo según los primeros
cristianos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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