Fe y Vida | Miguel Ángel Munárriz/FA
La Sabiduría de los sencillos
Mt
16, 21-27
«Desde
entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén
ser matado y resucitar al tercer día»
Hay
dos formas distintas de interpretar este pasaje. Una, Jesús, hombre verdadero,
se da cuenta de que su enfrentamiento con las autoridades se está enconando, y
advierte a sus discípulos del peligro que entraña seguir con él porque ese
rechazo creciente puede acabar en la muerte. Y otra, Jesús, el Verbo que existe
desde el principio junto al Padre, lo sabe todo y va preparando a sus
discípulos para una revelación que él posee desde siempre.
Según
sea nuestra postura, entenderemos la cruz como el sacrificio redentor de Jesús
siguiendo “la voluntad del Padre”, o como el resultado inevitable de su
predicación y la posterior reacción del poder establecido. Ambas lecturas son
insuficientes, y resulta preciso hacer una síntesis adecuada que resulte
coherente con la figura de Jesús que se desprende del evangelio.
Esta
búsqueda de una mayor comprensión de Jesús puede estar bien, pero sabiendo que
corremos el riesgo de dar demasiada importancia a los planteamientos teológicos
y metafísicos propios de especialistas, y olvidar la esencia de la buena
Noticia. Para nosotros, los cristianos de a pie, lo más más importante del
evangelio es aquello que nos puede ayudar a dar sentido a nuestra vida: “Abbá”
… “A mí me lo hicisteis” …
Así
las cosas, lo que me interesa resaltar en estas líneas es que la religión de
Jesús no altera la vida, sino que le da sentido. En Getsemaní, Dios no libró a
Jesús de beber el cáliz, pero tras la oración encontró sentido a su sacrificio,
y aquel hombre angustiado hasta el extremo fue capaz de afrontar con coraje
inaudito su destino. Y lo mismo ocurrió en la cruz, que, tras sentirse
abandonado por Dios, pasó a un acto de confianza plena seguro de que al otro
lado de la muerte le esperaban los brazos amorosos de su Padre: «En tus manos
encomiendo mi espíritu» …
Dios
no es el que me libra de la mala suerte, ni de la enfermedad ni de las
calamidades. Dios no es el que me facilita la vida. Esa concepción de Dios tan
propia del judaísmo se acabó con Jesús, y todos aquellos que la alentaban
entendieron el peligro que entrañaba y decretaron su muerte.
Jesús
nos invita a una religiosidad mucho más profunda que la de escribas y fariseos.
Dios no es un parche a las dificultades de la vida, sino el sentido de todo; de
lo bueno y lo malo, de lo agradable y lo desagradable. Como decía Ruiz de
Galarreta: «El Reino no es huir de la realidad humana, sino dar pleno sentido a
toda realidad humana» …
Y
ésa es la auténtica sabiduría; la sabiduría de los sencillos.
Publicado
por Feadulta.com
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