Evangelización | Carlos Pérez Laporta
El día que se revele el Hijo del
hombre
Viernes de la 32ª
semana del tiempo ordinario / Lucas, 17, 26-37
Evangelio: Lucas, 17, 26-37
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Como sucedió
en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían,
bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en
que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos.
Asimismo, como
sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban,
construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del
cielo y acabó con todos.
Así sucederá el
día que se revele el Hijo del hombre.
Aquel día, el
que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas;
igualmente el que esté en el campo, no vuelva atrás.
Acordaos de la
mujer de Lot.
El que pretenda
guardar su vida, la perderá; y el que la pierda la recobrará.
Os digo que
aquella noche estarán dos juntos: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán;
estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán».
Ellos le preguntaron:
«¿Dónde,
Señor?». Él les dijo:
«Donde está el
cadáver, allí se reunirán los buitres».
Comentario
No basta con la
mera supervivencia; pues, ellos también «comían, bebían». No es suficiente con
el desarrollo, porque ellos también «compraban, vendían, sembraban,
construían». Y ni siquiera alcanza con el mero amor humano; pues, también «se
casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo». Todo se queda corto ante el
fin de los tiempos. Todo es insuficiente para superar el fin. La vida en el
mundo, por y para sí misma no puede superar su propio final. El diluvio, una
lluvia de fuego y azufre, la muerte,… da igual, «acabó con todos».
Tomar
conciencia de ello todo lo llena de una inmensa nostalgia.
Porque
querríamos probar la eternidad en cada copa de vino y en todos los manjares.
Pretenderíamos que nuestros logros y esfuerzos tuvieran un valor infinito. Y, sobre
todo, desearíamos con todas nuestras fuerzas que nuestro amor no conociese un
ocaso. No querríamos una plenitud que no fuese de esta vida. Una gloria celeste
después de la vida llegaría demasiado tarde: pretenderíamos que el cielo se
desgarrase y desbordase obre lo que hoy amamos. «Acordaos de la mujer de Lot».
Ella miró atrás porque no estaba dispuesta a abandonar todo lo que había amado
en su vida: «en mi corazón nunca rechazaré, a quien sufrió la muerte porque
eligió volver», dicen los hermosos versos de Akhmatova sobre la mujer de Lot.
Pero si Jesús
nos pide «no volver» no es para hacer desaparecer toda nuestra vida, nuestro
trabajo y nuestro amor. Lo hace porque no podemos conservarlos nosotros con
nuestras fuerzas, apegándonos a ellos. Debemos dejar marchar, para poder
tenerla para siempre: «el que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la
pierda, la recobrará». Como hicieron Noe y Lot, que vivieron para Dios sus
vidas. Dejar marchar no es perder, sino dejarlo todo en las manos del Dios del
tiempo y de la historia que nos lo conserva y entrega para la Eternidad, sin
que nada se pierda. La vida, los esfuerzos y el amor. Sobre todo, el amor.
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