Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Vende lo que tienes y sígueme
Lunes de la 8ª semana de tiempo ordinario / Marcos 10,
17-27
Evangelio: Marcos 10,
17-27
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le
acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida
eterna?». Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que
Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no
robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu
madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño».
Jesús se le quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo
a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó
triste, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a
los que tienen riquezas!». Los discípulos quedaron sorprendidos de estas
palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de
Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico
entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedó
mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo
puede todo».
Comentario
Aquel hombre «se le acercó corriendo», cargado de
urgencia. Tenía prisa por llegar a su encuentro, como si le faltara el tiempo.
Cualquiera hubiera dicho que tenía algún pariente o amigo moribundo y que venía
a interceder por él, en busca de los poderes sanadores de Jesús. Incluso «se
arrodilló ante él». La desesperación y la ansiedad estaban concentradas en la
devoción a Jesús, como si le fuera la vida en ello.
Para sorpresa de todos le preguntó: «Maestro bueno,
¿qué haré para heredar la vida eterna?». Lo que tanto le apremiaba era la vida
eterna. Tanta impaciencia por la vida eterna. Con razón la tradición ha dicho
que se trataba de un joven, aunque el texto no lo comente; porque lo
característico de la juventud es aspirar a la eternidad, con independencia de
la edad (santo Tomás de Aquino). Lo que le quemaba en todo lo que hacía era
precisamente la fugacidad del tiempo y la vanidad de todo: nada de cuanto
trataba de agarrar quedaba en sus manos. Su propia vida pasaba inevitablemente.
Tenía sed de vida eterna. Ni siquiera la bondad, el cumplimiento de los
mandamientos de Dios, le evitaban esa sensación de pérdida de la propia vida:
«todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo
a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». No son
dos, sino una y la misma cosa: déjalo todo y sígueme. Dejarlo todo significa no
aferrarse a las cosas cuya seguridad es falsa. Dejarlo todo consiste en no tratar
de detener el tiempo, porque la eternidad no es el tiempo paralizado; la
eternidad es la plenitud del tiempo, el valor infinito de cada instante, que
sólo se saborea cuando uno se entrega por completo en el tiempo. La eternidad
se vislumbra por detrás del tiempo, al entregar nuestra única vida, que por
única tiene un valor infinito. De ese modo, la eternidad siempre es el reverso
del tiempo, porque el tiempo no se guarda: o se pierde o se entrega; una
perdida eterna o una entrega eterna. «Una cosa te falta»: soltar es seguirle.
Soltar amarras y seguir el curso del tiempo, dejándose conducir por en la
historia, poniendo la seguridad en el porvenir que Él nos tiene preparado.
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