Reflexión | P. Ciprián Hilario, msc
“Mujer, quedas libre de tu enfermedad”
(Homilía
del lunes 27 de octubre 2025, lecturas: Romanos 8,12-17; Salmo
67,2.4.6-7.20-21; Lucas 13,10-17)
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy
el Evangelio nos presenta a una mujer encorvada, postrada durante dieciocho
años por una enfermedad que la tenía “completamente incapaz de enderezarse”
(Lc 13,11). Jesús la ve en la sinagoga, la llama, le impone las manos y le
dice: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”. Inmediatamente se endereza y
glorifica a Dios.
Esa
palabra —“quedas libre”— no es solo cura física. Es liberación total:
del cuerpo, del espíritu, de la marginación. Y es la misma libertad que san
Pablo proclama en la carta a los Romanos: “No sois deudores de la carne… Si
vivís según la carne, moriréis; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras
del cuerpo, viviréis” (Rm 8,12-13).
La
mujer encorvada representa a todo aquel que lleva una carga que lo dobla:
El
pecado
que nos inclina hacia abajo,
el
sufrimiento que nos hace mirar solo al suelo,
la
indiferencia de los demás que nos deja solos en la sinagoga de la vida.
Pero
Jesús la ve. No pasa de largo. La llama por su dignidad: “Mujer”.
Le devuelve el nombre que el mal le había quitado. Y con un gesto sencillo
—imponer las manos— le devuelve la postura erguida, símbolo de la hija de
Abraham que es.
El
jefe de la sinagoga se indigna: “Hay seis días para trabajar; vengan esos
días a ser curados y no el sábado” (Lc 13,14). Jesús responde con lógica de
amor: “¿No merecía esta hija de Abraham ser liberada de su atadura, aunque
fuera sábado?” (Lc 13,16).
Aquí
está la clave: la misericordia no tiene calendario. El sábado fue hecho para
el hombre, no el hombre para el sábado. La ley sirve al amor; cuando el amor
exige, la ley se inclina.
San
Pablo nos dice hoy que hemos recibido un espíritu de hijos adoptivos
(Rm 8,15). No somos esclavos encorvados, sino hijos que claman “¡Abbá,
Padre!”. Y si hijos, herederos. Herederos de una libertad que no se mide en
días laborables, sino en la capacidad de enderezarnos ante Dios y ante los
hermanos.
El
Salmo 67
nos invita a cantar: “Que los pueblos te den gracias, Señor, que todos los
pueblos te den gracias”. La mujer curada no guarda silencio:
glorifica a Dios. Su cuerpo erguido es un salmo vivo, un testimonio de que Dios
se compadece de los que lo temen (Sal 67,2).
¿Y
nosotros?
¿Seguimos
encorvados por rencores antiguos, por miedos que nos paralizan, por rutinas que
nos atan más que cualquier enfermedad?
Jesús
nos mira hoy en esta sinagoga que es la Iglesia. Nos llama por nuestro nombre:
“Hombre, mujer, joven, anciano… quedas libre”.
Libre
para:
Levantar
la cabeza
y ver al hermano que sufre,
enderezar
la espalda y servir sin calcular el día,
glorificar
a Dios
con una vida que ya no se dobla ante el mal.
Que
esta Eucaristía sea el imponer de manos de Cristo sobre nuestras dolencias. Que
salgamos de aquí enderezados, no solo físicamente, sino en el alma.
Y que el mundo vea en nosotros a hijos e hijas de Abraham, libres, erguidos, dando gracias. Amén.


No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...