Testigos de la Fe | Hna. Ángela Cabrera (Discípula Misionera por la Santidad)
Santa Teresa de Jesús
Hoy, miércoles, semana 28a del Tiempo Ordinario,
la Iglesia hace memoria obligatoria de Santa Teresa de Jesús. Nació en Ávila.
Su vida transcurrió entre los años 1515 y 1582. Es una de las figuras más
influyentes en la espiritualidad cristiana. Fundó la rama reformada de las
carmelitas y escribió obras de extraordinario valor espiritual. Fue canonizada
en 1622 por el papa Gregorio XV y declarada doctora de la Iglesia en 1970 por
el papa Pablo VI. Disfrutemos y aprovechemos algunas de sus enseñanzas contenidas
en su obra maestra, “El castillo interior”.
Teresa presenta el alma como un castillo donde
hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas (cf. Jn 14,2).
Siendo la persona imagen y semejanza de Dios, espejo vivo de Cristo, su
interior es como un paraíso donde el Señor se deleita. Somos copia del cielo,
lugar donde Dios viene a descansar. El punto de partida no es el pecado, sino
la hermosura de ser persona.
Dentro del castillo hay muchas moradas, y en el
centro hay un aposento especial, donde está el Rey. La persona ha de tener
conciencia de ser habitada. De esta manera, emprende el viaje hacia el
encuentro. No basta con saber que tenemos “interior”; es necesario conocerlo.
En ocasiones, nos quedamos en la cerca del castillo, que es el exterior.
¿Cómo entrar en el castillo? La puerta es la
oración. La oración consciente, reflexiva, meditativa, real, verdadera; la que
sabe con quién habla, lo que pide, y a quién pide. Cuando falta la oración, el
interior se dispersa, y podemos terminar desenfocados, mirando a todos lados…
convertidos en estatua de sal (Gn 19,26). Algo parecido a un cuerpo con
parálisis: aunque tiene pies y manos no los puede dirigir. De la misma manera,
se paraliza el alma.
En la obra “Castillo interior”, Teresa desea
hablar de Dios, contar su experiencia espiritual, al tiempo de indicarnos
estrategias para entrar en el propio castillo y descubrir todo el bien que Dios
nos tiene. El castillo somos cada uno de nosotros. Entrar en el castillo es
entrar en uno mismo para descubrir, primeramente, la belleza en la que fuimos
creados y en la que somos criados, para llegar a la unión con Dios.
Las tres primeras moradas o aposentos representan
el deseo de Dios en nosotros. Es el comienzo de una historia de amor. Aquí nace
la voluntad de caminar con Jesús, que está dentro. Desde este comienzo es el
Señor que introduce en el castillo, como un amigo, no es la persona que entra
por su cuenta. Estos pasos o actitudes fue la que Cristo enseñó a sus
apóstoles. Es necesario tener ganas de emprender el camino mediante una
determinada determinación.
De la cuarta a la séptima morada se produce, en
la persona, la muerte y la resurrección de Cristo. La pregunta central en este
nuevo comienzo es: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Se da el paso hacia lo que el
Señor desea, hacia su voluntad. Es la negación de sí mismo y la consolidación
de la vida mística. Quien se niega a sí mismo comienza a resucitar. Es una
muerte con sentido, porque inaugura la vida de unión con Cristo. Es el gusanito
que se transforma en mariposa o palomita, porque ya vive para Cristo.
El evangelio del día nos advierte sobre lo que
sería una vida vacía, fuera del castillo interior. Al denunciar a los fariseos,
el Señor nos alerta sobre la hipocresía y la tendencia a realizar ritos
externos para exhibición, pero sin sustancia, sin recta intención. De ahí nace
el deseo de ocupar los primeros puestos, de recibir honores públicos, etc. Sin
raíz espiritual, la actuación de la persona no es movida por el amor. Por eso,
el Señor llama a los fariseos “tumbas sin señal”. Si las tumbas tienen indicaciones
para que los demás no las pisen, no tener señal es “no tener la luz del
Evangelio”, esa luz que brota del corazón y se refleja externamente,
identificando la dignidad de los hijos y las hijas de Dios.
En la primera lectura Pablo nos anima a todos
nosotros a perseverar, sin desanimarnos, en el camino de santidad. El salmista,
por su parte, nos motiva a identificar al Señor como refugio seguro, descanso
del alma, roca de salvación. Él es la esperanza que no defrauda. Quien se
decide por el Señor nunca vacilará.
Preguntas que llevan al silencio: ¿Qué buscas y
qué encuentras dentro de ti? ¿Por qué del conocimiento de sí nace la humildad?
¿Además de haber sido creado por Dios, te dejas criar por Él? ¿Cómo entrar en
el cielo, si no entras en tu propia persona? ¿Qué valor tienen las obras que no
lleven las huellas de Cristo? ¿Contemplas la nueva vida naciendo en ti? ¿Te
dispones para que Dios obre en ti, sin hacerle resistencia? ¿Escuchas el suave
silbido del pastor para que te introduzca en su aposento? ¿Intentas forzar el
crecimiento espiritual o dejas que fluya en el amor? ¿Estás desinteresado de
cosas transitorias? ¿Qué predomina en ti: inquietud, paz, suavidad, rudeza? ¿Te
sientes gusano o mariposa? ¿Tus virtudes van disminuyendo o fortaleciéndose?
¿Se ha ensanchado tu corazón hacia más personas?
Señor: gracias por suscitar santos y santas en tu
Iglesia, que no solo son modelos para nosotros, sino que nos animan y respaldan
para perseverar en el proceso de unión contigo. Nuestra querida Teresa lo hizo
muy bien: observó su interior, escribió su experiencia contigo, para que cada
uno tengamos una guía para entrar en el propio corazón, donde tú nos esperas.
Señor, es hermosa, valiosa y necesaria la vida interior, porque solo así
nuestro apostolado podrá dar frutos de vida eterna. Santa Teresa de Jesús,
ruega por nosotros.
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