Reflexión | P. Ciprián Hilario, msc
Memoria de la Dedicación de las Basílicas de los Santos
Apóstoles Pedro y Pablo
(18
de noviembre 2025, lecturas: 2 Mac 6,18-31 | Sal 3,2-7 | Lc 19,1-10)
Hermanos
y hermanas:
Hoy
la Iglesia celebra la dedicación de dos de los templos más sagrados de la cristiandad:
las basílicas de San Pedro y San Pablo. No celebramos simplemente piedra y
mármol, sino lo que esas piedras significan: la fe de los Apóstoles, su sangre
derramada y la misión que nos han dejado. Las tres lecturas de hoy nos ofrecen
tres puntos fundamentales que iluminan perfectamente esta fiesta.
1.
El martirio como ofrenda madura y noble (2 Mac 6,18-31)
Eleazar,
anciano de noventa años, prefiere morir antes que dar mal ejemplo a los
jóvenes. Dice una frase que resuena en las basílicas que hoy recordamos:
«A
mi edad sería indigno fingir… para que los jóvenes, creyendo que Eleazar a
los noventa años se ha pasado a costumbres paganas, se extravíen por mi culpa…
Dejo a los jóvenes un ejemplo noble, al morir con valentía por las leyes
venerables y santas».
San
Pedro y san Pablo hicieron exactamente eso: no fingieron, no
transigieron. Pedro murió crucificado cabeza abajo en el Vaticano; Pablo
fue decapitado en la vía Ostiense. Sus basílicas están literalmente
edificadas sobre sus tumbas y sobre su testimonio sin compromisos. Hoy se
nos recuerda que una iglesia consagrada no es solo un lugar bonito: es un lugar
donde la fe se hizo sangre, donde alguien prefirió morir antes que
traicionar.
2.
La confianza absoluta en medio de los enemigos (Salmo 3)
«Señor,
cuántos son mis enemigos, cuántos se alzan contra mí… Pero tú, Señor, eres
mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza… Yo me acuesto y me duermo,
me despierto, porque el Señor me sostiene».
Este
salmo lo rezó David cuando huía de su propio hijo Absalón. Pedro y
Pablo podrían haberlo hecho suyo: traicionados, encarcelados, condenados a
muerte. Pero durmieron tranquilos la noche antes de su martirio, porque sabían
que el Señor sostenía su cabeza… y que la levantarían para siempre en la
resurrección.
Las
basílicas que dedicamos hoy son también escudos: lugares donde el pueblo
cristiano, a lo largo de los siglos, ha venido a refugiarse cuando el mundo se
levantaba contra él. Allí se ha rezado este salmo en persecuciones, en guerras,
en noches oscuras de la historia.
3.
La misericordia que busca al pequeño y lo hace grande (Lc 19,1-10)
Y
llega Zaqueo: pequeño de estatura, publicano, rico, odiado.
Sube a un sicómoro porque quiere ver a Jesús. Jesús no lo reprende, no le pide
cuentas primero. Lo busca, lo llama por su nombre y se autoinvita a su casa:
«Hoy tengo que alojarme en tu casa».
En
ese «tengo que» está todo el Evangelio.
Pedro
era un pescador impulsivo que negó tres veces. Pablo era un perseguidor que
aprobó la muerte de Esteban. Ambos eran “Zaqueos”: uno pequeño en valentía,
otro pequeño en misericordia. Jesús se autoinvitó a sus vidas, los llamó por su
nombre y los hizo columnas de la Iglesia.
Las
basílicas de Pedro y Pablo proclaman esto: no están dedicadas a dos
héroes intachables desde el principio, sino a dos pecadores a los que la
misericordia buscó, encontró y transformó. Por eso pueden ser casa nuestra:
porque si cupieron Pedro y Pablo con sus miserias, cabe cada uno de nosotros.
Conclusión
Hoy,
al celebrar estas dos basílicas, la Iglesia nos dice tres cosas muy claras:
- Que la fe verdadera no
transige, aunque cueste la vida (Eleazar, Pedro y Pablo).
- Que podemos dormir
tranquilos, aunque el mundo nos odie, porque el Señor nos sostiene (Salmo
3).
- Que Jesús sigue buscando
a los Zaqueos de hoy, sube a nuestra casa sucia y la convierte en lugar de
salvación.
Que
san Pedro y san Pablo intercedan por nosotros para que nuestras vidas, como
esas basílicas, sean templos consagrados al Señor: firmes en la verdad,
confiadas en la prueba y abiertas a la misericordia que nos busca, aunque
seamos pequeños.
¡Que
Dios los bendiga! Amén.


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