Para Vivir Mejor | Ricardo Piñero Moral*
Si no lo creo no lo veo…
Durante los últimos 100 años hemos asistido a un
volumen de acontecimientos que, sin duda, desborda con creces los límites de
nuestro asombro. No se piense solo en cosas negativas, catástrofes naturales,
enfrentamientos políticos y económicos, conflictos bélicos a escala planetaria,
epidemias y pandemias…, sino también en muchos avances en positivo que la humanidad ha desplegado
desde el punto de vista tecnológico y social, descubrimientos científicos,
investigaciones biomédicas. Todos ellos han hecho de nuestra vida algo más
seguro, más placentero; en definitiva, han mejorado nuestro modo de estar en el
mundo. Lo que quiero decir es que, frente a aquellos que han perdido la
confianza en el género humano, no es difícil encontrar a nuestro alrededor un
buen número de razones que nos permiten mantener un cierto optimismo. Y es que,
cuando los seres humanos nos ponemos a buscar soluciones, todavía podemos
albergar cierta esperanza en que aún la vida buena es posible.
Ya está bien de gritar ese mantra negativista y
quejumbroso de si no lo veo, no lo creo… En muchas ocasiones la crispación nos
vence y eso, en parte, se debe a que no tenemos la calma para levantar la
mirada y echar un vistazo al horizonte. Paradójicamente, aunque esa línea en la
que se unen cielo y tierra está muy lejos, nos devuelve una imagen mucho más
real de lo que sucede, más ponderada, sin tanto sobresalto y sin estridencias.
Levantar la mirada tiene una gran ventaja: nos saca de nuestras naderías y pone
esa finitud en que habitamos en relación con aquello que es realmente grande,
poderoso, importante, sabroso… Pero si no lo crees no lo ves, si dejas pasar
esta oportunidad, tal vez no tengas otra.
Ante los vaivenes de la geopolítica, las alteraciones
de la economía, el griterío de la polarización política y los venenos
multijugos de todo tipo de relativismos, contemplar con serenidad el horizonte
puede hacernos recuperar el tino, la calma y hasta cierta compostura en la que
caemos en la cuenta de lo importante que es volver a confiar en quienes nos
rodean. Simplemente con atreverse a entablar una conversación educada, y hasta
con un poco de cariño, nos nacerá dentro una sensación muy interesante: en el
fondo, todo está por hacer, todo puede mejorar, si decidimos emprender juntos
el camino. Así que más nos vale tomar aire, apoyarnos en los demás y sonreír,
porque ¿de qué sirve vivir enmarañados?, ¿no es bastante absurdo aspirar a ser
felices y tener siempre el ceño fruncido? La alegría se lleva bien con la
esperanza, porque ambas se nutren de algo mejor que nosotros mismos: creer en
los demás.
*Catedrático de Estética y director del Instituto Core
Currículum de la Universidad de Navarra


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