Espiritualidad | Ciudad del Vaticano
La certeza de ser escuchados
El papa Francisco da continuidad al ciclo de
catequesis sobre la oración, en la audiencia general de este martes 26 de mayo,
centró su meditación en el tema "La certeza de ser escuchados",
siguiendo la lectura, Mc 5,22-24.35-36.
La oración “no escuchada”
Hay una contestación radical a la oración, que deriva
de una observación que todos hacemos: nosotros rezamos, pedimos, sin embargo, a
veces parece que nuestras oraciones no son escuchadas: lo que hemos pedido –
para nosotros o para otros – no sucede. Nosotros tenemos esta experiencia,
muchas veces. Si además el motivo por el que hemos rezado era noble (como puede
ser la intercesión por la salud de un enfermo, o para que cese una guerra), el
incumplimiento nos parece escandaloso. Por ejemplo, por las guerras: nosotros
estamos rezando para que terminen las guerras, estas guerras en tantas partes
del mundo, pensemos en Yemen, pensemos en Siria, paÃses que están en guerra
desde hace años, ¡años! PaÃses atormentados por las guerras, nosotros rezamos y
no terminan. ¿Pero cómo puede ser esto? «Hay quien deja de orar porque piensa
que su oración no es escuchada» (Catecismo de la Iglesia Católica, n.2734) Pero
si Dios es Padre, ¿por qué no nos escucha? Él que ha asegurado que da cosas
buenas a los hijos que se lo piden (cfr. Mt 7,10), ¿por qué no responde a
nuestras peticiones? Todos nosotros tenemos experiencia de esto: hemos rezado,
rezado, por la enfermedad de este amigo, de este papá, de esta mamá y después
se han ido, Dios no nos ha escuchado. Es una experiencia de todos nosotros.
El Catecismo nos ofrece una buena sÃntesis sobre la
cuestión. Nos advierte del riesgo de no vivir una auténtica experiencia de fe,
sino de transformar la relación con Dios en algo mágico. La oración no es una
varita mágica: es un diálogo con el Señor. De hecho, cuando rezamos podemos
caer en el riesgo de no ser nosotros quienes servimos a Dios, sino pretender
que sea Él quien nos sirva a nosotros (cfr. n. 2735). He aquÃ, pues, una oración
que siempre reclama, que quiere dirigir los sucesos según nuestro diseño, que
no admite otros proyectos si no nuestros deseos. Jesús sin embargo tuvo una
gran sabidurÃa poniendo en nuestros labios el “Padre nuestro”. Es una oración
solo de peticiones, como sabemos, pero las primeras que pronunciamos están
todas del lado de Dios. Piden que se cumpla no nuestro proyecto, sino su
voluntad en relación con el mundo. Mejor dejar hacer a Él: «Sea santificado tu
nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad» (Mt 6,9-10).
Y el apóstol Pablo nos recuerda que nosotros no
sabemos ni siquiera qué sea conveniente pedir (cfr. Rm 8,26). Nosotros pedimos
por nuestras necesidades, las cosas que nosotros queremos, “¿pero esto es más
conveniente o no?”. Pablo nos dice: nosotros ni siquiera sabemos qué es
conveniente pedir. Cuando rezamos
debemos ser humildes: esta es la primera actitud para ir a rezar. Asà como está
la costumbre en muchos lugares que, para ir a rezar a la iglesia, las mujeres
se ponen el velo o se toma el agua bendita para empezar a rezar, asà debemos
decirnos, antes de la oración, lo que sea más conveniente, que Dios me dé lo
que sea más conveniente: Él sabe. Cuando rezamos tenemos que ser humildes, para
que nuestras palabras sean efectivamente oraciones y no un vaniloquio que Dios
rechaza. Se puede también rezar por motivos equivocados: por ejemplo, derrotar
el enemigo en guerra, sin preguntarnos qué piensa Dios de esa guerra. Es fácil
escribir en un estandarte “Dios está con nosotros”; muchos están ansiosos por
asegurar que Dios está con ellos, pero pocos se preocupan por verificar si
ellos están efectivamente con Dios. En la oración, es Dios quien nos debe
convertir, no somos nosotros los que debemos convertir a Dios. Es la humildad.
Yo voy a rezar pero Tú, Señor, convierte mi corazón para que pida lo que es
conveniente, pida lo que sea mejor para mi salud espiritual.
¿Por qué a veces parece que Dios no escucha?
Sin embargo, un escándalo permanece: cuando los
hombres rezan con corazón sincero, cuando piden bienes que corresponden al
Reino de Dios, cuando una madre reza por el hijo enfermo, ¿por qué a veces
parece que Dios no escucha? Para responder a esta pregunta, es necesario
meditar con calma los Evangelios. Los pasajes de la vida de Jesús están llenos
de oraciones: muchas personas heridas en el cuerpo y en el espÃritu le piden
ser sanadas; está quien le pide por un amigo que ya no camina; hay padres y
madres que le llevan hijos e hijas enfermos… Todas son oraciones impregnadas de
sufrimiento. Es un coro inmenso que invoca: “¡Ten piedad de nosotros!”.
Vemos que a veces la respuesta de Jesús es inmediata,
sin embargo, en otros casos esta se difiere en el tiempo: parece que Dios no
responde. Pensemos en la mujer cananea que suplica a Jesús por la hija: esta
mujer debe insistir mucho tiempo para ser escuchada (cfr. Mt 15,21-28). Tiene
también la humildad de escuchar una palabra de Jesús que parece un poco
ofensiva: no tenemos que tirar el pan a los perros, a los perritos. Pero a esta
mujer no le importa la humillación: le importa la salud de la hija. Y va adelante:
“SÃ, también los perritos comen de lo que cae de la mesa”, y esto le gusta a
Jesús. La valentÃa en la oración. O pensemos también en el paralÃtico llevado
por sus cuatro amigos: inicialmente Jesús perdona sus pecados y tan solo en un
segundo momento lo sana en el cuerpo (cfr. Mc 2,1-12). Por tanto, en alguna
ocasión la solución del drama no es inmediata. También en nuestra vida, cada
uno de nosotros tiene esta experiencia. Tenemos un poco de memoria: cuántas
veces hemos pedido una gracia, un milagro, digámoslo asÃ, y no ha sucedido
nada. Después, con el tiempo, las cosas se han arreglado, pero según el modo de
Dios, el modo divino, no según lo que nosotros querÃamos en ese momento. El
tiempo de Dios no es nuestro tiempo.
Desde este punto de vista, merece atención sobre todo
la sanación de la hija de Jairo (cfr. Mc 5,21-33). Hay un padre que corre sin
aliento: su hija está mal y por este motivo pide la ayuda de Jesús. El Maestro
acepta enseguida, pero mientras van hacia la casa tiene lugar otra sanación, y
después llega la noticia de que la niña está muerta. Parece el final, pero
Jesús dice al padre: «No temas; solamente ten fe» (Mc 5,36). “Sigue teniendo
fe”: porque la fe sostiene la oración. Y de hecho, Jesús despertará a esa niña
del sueño de la muerte. Pero por un cierto tiempo, Jairo ha tenido que caminar
a oscuras, con la única llama de la fe. ¡Señor, dame la fe! ¡Que mi fe crezca!
Pedir esta gracia, de tener fe. Jesús, en el Evangelio, dice que la fe mueve
montañas. Pero, tener la fe en serio. Jesús, delante de la fe de sus pobres, de
sus hombres, cae vencido, siente una ternura especial, delante de esa fe. Y
escucha.
También la oración que Jesús dirige al Padre en el
Getsemanà parece permanecer sin ser escuchada: “Padre, si es posible, aleja de
mà esto que me espera”. Parece que el Padre no lo ha escuchado. El Hijo tendrá
que beber hasta el fondo el cáliz de la Pasión. Pero el Sábado Santo no es el
capÃtulo final, porque al tercer dÃa, es decir el domingo, está la
resurrección. El mal es señor del penúltimo dÃa: recordad bien esto. El mal
nunca es un señor del último dÃa, no: del penúltimo, el momento donde es más
oscura la noche, precisamente antes de la aurora. AllÃ, en el penúltimo dÃa
está la tentación donde el mal nos hace entender que ha vencido: “¿has visto?,
¡he vencido yo!”. El mal es señor del penúltimo dÃa: el último dÃa está la
resurrección. Pero el mal nunca es señor del último dÃa: Dios es el Señor del
último dÃa. Porque ese pertenece solo a Dios, y es el dÃa en el que se cumplirán
todos los anhelos humanos de salvación. Aprendamos esta paciencia humilde de
esperar la gracia del Señor, esperar el último dÃa. Muchas veces, el penúltimo
dÃa es muy feo, porque los sufrimientos humanos son feos. Pero el Señor está y
en el último dÃa Él resuelve todo.
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