Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Pedid y se os dará
Jueves de la 1ª
semana de Cuaresma / Mateo 7, 7-12
Evangelio: Mateo 7, 7-12
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad
y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que
llama se le abre.
Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le
dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si
vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto
más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!
Así, pues, todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo
vosotros con ellos; pues esta es la Ley y los profetas».
Comentario
«Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad
y se os abrirá». ¿Cuántas enfermedades no han sido sanadas? ¿Cuántas muertes no
han sido evitadas? ¿Cuántos dolores se han alargado en el tiempo? ¿Es que acaso
Jesús no podía verlos? ¿Es un arrebato de atrevimiento por parte de Jesús
hacernos esta promesa?
Es verdad que estas preguntas se criban con
nuestros deseos en las palabras de Jesús.
Primero, ¿es verdadero nuestro deseo si no es
íntegro? ¿Deseamos cualquier cosa que pedimos si no la deseamos totalmente y
para todos? «Todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo
vosotros con ellos». Dios escucha el corazón que late en las peticiones. Pero
las peticiones descorazonadas no alcanzan el cielo, son palabras vacías. Quien
no desea para todos no desea de verdad, y no pide realmente a Dios. La petición
a Dios no es nunca privada ni excluyente.
Segundo, ¿qué son «cosas buenas» que el Padre
quiere dar «a los que lo piden»? ¿Qué cosas nos hacen realmente el bien? Desde
nuestra ceguera de la historia y de la eternidad, no podemos saber qué cosas
constituyen un verdadero bien para aquellos que piden. Creemos que lo intuimos
a través del dolor y la alegría. Pero lo absoluto se escapa a nuestra
percepción. Debemos, en ese sentido, pedir con humildad.
Con todo, todo esto no rebaja en absoluto el
mandato de Jesús, que quiere que pidamos sin desfallecer, esperando contra toda
esperanza todo de Él. Como Ester en la primera lectura: «estoy sola y no tengo
a nadie fuera de ti». Como Gabriela Mistral ante el suicidio de su novio:
Aquí me estoy, Señor, con la cara caída
sobre el polvo, parlándote un crepúsculo entero,
o todos los crepúsculos a que alcance la vida,
si tardas en decirme la palabra que espero.
Fatigaré tu oído de preces y sollozos,
lamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu manto,
y ni pueden huirme tus ojos amorosos
ni esquivar tu pie el riego
caliente de mi llanto.
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