Entrevista | Lala Franco
«El placer es una experiencia humana querida por Dios, legítima y
deseable»
Margarita Saldaña es periodista y teóloga, laica
consagrada en la familia espiritual de Carlos de Foucauld. Sus
estudios y escritos se centran sobre todo en la espiritualidad de la vida
cotidiana. Entre sus libros se encuentran El hermano inacabado. Carlos de
Foucauld (Sal Terrae 2022), La mujer del perfume (San Pablo 2022), Cuidar.
Relato de una aventura (PPC 2019) y Tierra de Dios. Una espiritualidad para la
vida cotidiana (Sal Terrae 2019).v
Pregunta. ¿Dónde está Dios, dónde encontrarlo
en el día a día? ¿Dónde le encuentras tú?
Respuesta. Es
difícil dar una respuesta concreta a una pregunta general. ¿A qué Dios nos
referimos? Si hablamos de una divinidad abstracta y desconectada totalmente de
nuestra realidad, tenemos que aceptar que no sabemos dónde está. Pero los
cristianos afirmamos la «locura» de la encarnación, creemos que Dios
tiene rostro humano en Jesús y que, gracias a Él, sabemos dónde ha
elegido vivir y quedarse: en lo pequeño, en lo sencillo, en la vulnerabilidad,
en las costuras del mundo y en el reverso de lo humano. Para descubrirlo
necesitamos una mirada atenta y disponible al asombro, porque el Dios de Jesús
es un Dios paradójico, cuya grandeza y belleza se trenzan sin parar con la
bajeza y la fealdad… Es un Dios bajísimo al que se le encuentra en todos los
“abajos».
La Iglesia ha tenido secularmente un miedo visceral
al placer, frecuentemente asociado al «demonio» de la carne y, en particular, a
la carne de mujer
P. ¿Qué necesita la Iglesia hoy para
revelar mejor el mensaje de Jesús?
R. Hablemos
en plural, desde nuestro cariño a esta Iglesia nuestra que tanto necesita
dejarse tocar por Jesús. Creo que, como Iglesia, tenemos que
convertirnos al «abajo», ese lugar predilecto de Dios, desde donde se
revela y donde nos encuentra. Esa conversión pasa por reconocer nuestra propia
vulnerabilidad, por nombrar nuestro pecado, por no tener miedo a señalar el mal
que atraviesa nuestras estructuras y que nos impide ser fieles al Evangelio.
Sólo en esa dinámica de conversión nuestra palabra y nuestros gestos serán
significativos para el mundo de hoy, sediento de verdad y de buenas noticias.
P. En tu libro, “La mujer del perfume”,
defines como transgresor ese gesto femenino de ungir la cabeza del
Señor, ¿por qué?
R. Esta
mujer, según el evangelista Marcos, es una auténtica transgresora, una persona
libre que hace con sus bienes lo que quiere, que no pide permiso para entrar en
un espacio donde nadie la espera, que realiza un gesto incomprendido sin que
las críticas mordaces la perturben. Cuanto más la contemplo, más descubro su
carácter profético en esa escena ya tan próxima a los acontecimientos pascuales
como es la comida de Jesús en la casa de Simón.
P. Reivindicas el placer y la belleza que comporta
ese gesto. Pero parece que el placer queda lejos de la reflexión teológica…
R. La
Iglesia ha tenido secularmente un miedo visceral al placer, frecuentemente
asociado al «demonio» de la carne y, en particular, a la carne de la mujer.
Pero en esta escena (Mc 14), Jesús parece disfrutar plenamente de ese espacio
de placer que crea para él una mujer anónima al derramar sobre su cabeza un
perfume caro y puro. Esta afirmación, que «Jesús disfruta el placer», puede
sonar blasfema a los oídos de algunas personas. Y, sin embargo, consiste en
reconocer que el placer es una experiencia humana querida por Dios,
legítima y deseable; una experiencia que Jesús, en su verdadera humanidad,
también ha vivido. La teología necesita todavía liberarse de
ciertos corsés ideológicos para ahondar en el placer como lugar
espiritual.
Jesús nos revela que lo verdaderamente importante
de la vida humana se juega en lo pequeño
P. El libro ha tenido mucha acogida en ambientes
feministas cristianos, ¿te consideras una teóloga feminista? Si es así, para
reivindicar ¿qué?
R. Cuando
una palabra resuena en el seno de ciertos colectivos es porque conecta con su
sensibilidad y sus búsquedas, más allá de todas las etiquetas. Yo dejo,
sencillamente, fluir mi palabra en libertad, y sueño que vaya encontrando por
los caminos a la gente más diversa. Más que reivindicar, quizá mi acento propio
consista en evocar, señalar, provocar intuiciones en otras personas.
P. Reivindicas la vida oculta de Jesús, que
prefieres llamar vida cotidiana, y -dices- que fue mucho más que un tiempo de
silencio… (ya que gracias a esos años Jesús hizo lo que hizo después…)
R. Me
llevó mucho tiempo comprender que la mal llamada «vida oculta de Jesús», los 30
años que vivió en Nazaret, no fueron «ocultos»: Jesús no vivió nunca escondido
en una cueva o en un desierto, sino bien mezclado con sus paisanos, en el
espacio público de la plaza, la sinagoga, la calle… Esos treinta años, con sus
noches y sus días, son para él lugar de misión: no es que Jesús se esté
simplemente preparando para hacer luego cosas importantes (milagros) y contar
discursos maravillosos (parábolas). La vida cotidiana de Jesús es lugar de
misión, y no puede no serlo porque él es en todos los instantes de su vida el
Misionero del Padre, su enviado. Por lo tanto, en Nazaret
Jesús nos salva: redime nuestra vida cotidiana de
la inercia y nos la devuelve preñada de sentido, de posibilidad de encuentro.
P. ¿Qué lecciones sacar de ese tiempo
aparentemente sencillo…?
R. En
Nazaret, Jesús nos revela de una manera paradigmática que lo
verdaderamente importante de la vida humana se juega en lo pequeño. Es lo
que saben todos los grandes creyentes, desde San José hasta la más recóndita de
esas personas a las que el papa Francisco denomina con cariño «los santos de la
puerta de al lado». Nazaret nos enseña que toda vida, por anónima que sea o
inútil que parezca, es inmensamente valiosa a los ojos de Dios. Las
consecuencias son infinitas.
No somos unos para otros lobos ni islas, sino seres
responsables de la suerte de nuestros hermanos
P. Otro de tus campos de interés es el mundo de los
cuidados. Cuidar, dices, es una fuente de bendición…
R. Cuidar
cansa y mancha, no es una experiencia idílica; cualquier cuidador lo aprende en
poco más de una semana. El cuidado ha sido un lugar tradicionalmente reservado
a las mujeres, que hemos transmitido de generación en generación el valor de
acunar la fragilidad trayendo a los niños al mundo y acompañando a los
agonizantes hasta el umbral de la muerte. En esa compañía con la vida vulnerable,
vamos haciendo la experiencia de bendición: no somos unos para otros lobos ni
islas, sino seres responsables de la suerte de nuestros hermanos, y nuestro
sentido se nutre en la medida en que tejemos relaciones de cuidado. Los varones
también están llamados a disfrutar de esta bendición, y su implicación
creciente en los distintos ámbitos del cuidado puede que sea un signo de los
tiempos.
P. La reflexión sobre la sociedad de los cuidados
es sociológica y política. Pero ¿qué nos dicen los Evangelios sobre el
cuidado?
R. Creo
que toda la historia de la salvación puede leerse en la clave de la historia
del Dios que cuida sin cesar a su pueblo. En el Antiguo Testamento,
contra la imagen del Dios justiciero que tenemos a veces, encontramos a un Dios
que nutre con maná, que enseña a caminar a Israel, que hace sacar agua de la
roca más dura, que no permite que los vestidos se gasten durante la larga
travesía del desierto, que acompaña la marcha hacia la libertad de los
deportados en Babilonia, que corrige a través de jueces y profetas… Todos estos
son signos del cuidado. El Dios del Antiguo Testamento cuida
también a través de las mujeres, de su sagacidad, inteligencia, resistencia y
valentía; figuras como Esther, Miriam o Rut representan magníficos iconos.
Cuando llegamos al Nuevo Testamento, nos encontramos en cada página a Jesús que
actúa como «cuidador» enviado por el Padre. Su manera de vivir y de morir
consiste en desvivirse como una madre, sobre todo por los más pequeños y por
las personas que más sufren. Su capacidad de cuidar con tal calidad y hondura
hunde sus raíces en su propia experiencia de ser permanentemente cuidado por
muchas personas, desde sus padres y los pastores en la noche de Belén hasta el
cirineo en el camino del Gólgota. El Dios cristiano tiene un rostro
cuidador de gran belleza, que nos mira con cariño y nos envía sin cesar a
cuidar a las personas y a la casa común.
El Dios cristiano tiene un rostro cuidador de gran
belleza
P. Estamos en tiempo de verano, tiempo de descanso,
de reparar esfuerzos, de disfrutar. ¿Te atreves a hacernos alguna sugerencia
para recargar también las pilas de nuestra vida espiritual?
R. Después
de esta conversación, me gustaría recomendaros «Tierra de Dios. Una
espiritualidad para la vida cotidiana» (Sal Terrae 2019). Es una lectura
refrescante que da pistas para preguntarnos lo que significa para nosotros la
rutina y para vivirla con proyección, alegría y horizonte.
Alandar.org
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