Evangelización | Carlos Pérez Laporta
¡Si reconocieras lo que conduce a la
paz!
Jueves de la 33ª
semana del tiempo ordinario / Lucas 19, 41-44
Evangelio: Lucas 19, 41-44
En aquel
tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella,
mientras decía:
«¡Si
reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está
escondido a tus ojos.
Pues vendrán
días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán,
apretarán el cerco, de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no
dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».
Comentario
Jerusalén, cuyo
nombre decían los antiguos que significaba «visión de la paz», no conoce «lo
que conduce a la paz» porque está «ahora escondido a tus ojos». El lugar de la
visión es ahora el lugar de la oscuridad. La ciudad es incapaz de llevar a sus
ciudadanos a la paz, al descanso. Es incapaz de dar sentido a la actividad y
fatiga de sus habitantes. Lo tiene todo: el templo y la Palabra de Dios. Pero
no sabe el camino que lleva a la paz.
La destrucción
exterior de la ciudad no será sino el signo de esa demolición interior, de esa
pérdida de su destino: «vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán
de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con
tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el
tiempo de tu visita». Cuando desaparece la visión interior de la paz, cuando
desaparece la relación íntima de Dios, nos destruimos también en el exterior.
Si la ciudad pierde su sentido, se cae a pedazos.
Por eso, Jesús
al «ver la ciudad, lloró sobre ella». No llora por su propio destino. Se
conmueve por el destino de la ciudad. Y sólo a través de esas lágrimas se puede
esperar a volver a ver la paz: «es el amor quien oculta todo y quien revela
todo», escribió Lusseyran. El desamor ocultó la visión del amado a la esposa, y
sólo el amor extremo del esposo en la cruz podrá devolver la visión de la paz a
la Jerusalén celeste: «Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos
visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc
1, 78-79).
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