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    viernes, 17 de octubre de 2025

    17 de octubre 2025 San Ignacio de Antioquía Meditación de las lecturas Rom 4,1-8; Sal 31; Lc 12,1-7


    Lectura Orante | Hna. Ángela Cabrera (Discípula Misionera por la Santidad

     


    17 de octubre 2025 San Ignacio de Antioquía

    Meditación de las lecturas Rom 4,1-8; Sal 31; Lc 12,1-7

     

    Hoy, viernes penitencial, semana 28a del Tiempo Ordinario, la Iglesia hace memoria obligatoria de san Ignacio de Antioquía. Fue asignado como obispo de aquella comunidad, previamente evangelizada por los apóstoles. Estamos situados a comienzos del siglo II. Gracias a sus cartas, en contexto de persecuciones, tenemos referencias a sólidas bases doctrinales.

     

    Los aportes de san Ignacio de Antioquía pueden resumirse del siguiente modo: Presentó a la Iglesia como una sociedad visible, instituida por Dios, cuyo fin principal es la salvación del ser humano. Subrayó la unidad y el orden que deben caracterizarla, destacando el papel del obispo como armonizador de la comunidad y custodio de las ovejas, hasta el punto de estar dispuesto a entregar la vida por ellas. Fue el primero en emplear el término “católica”, haciendo referencia a la universalidad de la Iglesia. Además, fundamentó la Eucaristía como medicamento de inmortalidad.

     

    Por su testimonio de vida, Ignacio advirtió que el martirio se aproximaba. Pidió a los hermanos en la fe que oraran por él, pero que no le ofrecieran favores que lo apartaran de esta meta. Fue arrestado en Antioquía durante el gobierno del emperador Trajano, y condenado a morir “devorado por las bestias”. Ignacio contemplaba este fin de su vida terrenal como una gracia: la oportunidad de ser “trigo de Dios, molido por los dientes de las bestias, para convertirse, así, en el pan puro de Cristo”. Murió en el Coliseo Romano, en un acto considerado por los ciudadanos como espectáculo público. Sus restos fueron trasladados a Antioquía, donde fueron venerados como reliquia.

     

    El pensamiento de san Ignacio de Antioquía, al afirmar que “las cosas visibles son temporales, las invisibles son eternas”, nos introduce en el evangelio del día. Jesús exhorta a sus discípulos: “No tengan miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más…”. En esta expresión se revela la visión de los mártires y de todos aquellos que se entregan sin reservas al seguimiento de Cristo. No se detienen ante sufrimientos pasajeros y transitorios, pues su mirada está puesta en lo eterno.

     

    Siguiendo el ejemplo de san Ignacio de Antioquía y las enseñanzas del Evangelio, es necesario pedir la gracia de tener los deseos del corazón centrados en el cielo. Sin propósitos trascendentes, se hace imposible soportar las pruebas, el martirio, que en ocasiones se manifiesta en sufrimientos cotidianos, fecundos, inevitables. Sin embargo, no todo lo que aparenta santidad lo es verdaderamente. Por eso el Señor nos advierte: “Cuídense de la levadura de los fariseos”. Esta levadura puede compararse con una actitud de vida aparentemente religiosa, pero en realidad hueca, vacía, sin consistencia.

     

    La actitud farisaica está relacionada con la levadura porque puede tornarse atractiva, contagiosa, seductora; gana seguidores y promotores. La levadura crece, se expande. Con dicho desarrollo también se incrementa la corrupción. En cambio, entrar en la dinámica del Evangelio exige de cada uno autenticidad de vida, opción decidida por la verdad y la justicia. La santidad de Dios no se contradice.

     

    El camino recorrido por los santos y mártires no sería posible sin el don de la fe. Por eso, el apóstol Pablo, en la primera lectura, nos habla de la “justificación”. Este concepto, en la doctrina católica, designa el modo en que Dios reconoce a personas justas ante su presencia. Esta justicia no se adquiere por las solas obras o los esfuerzos humanos, sino por la gracia de creer. Por eso, Abrahán fue y sigue siendo para nosotros padre y modelo de fe, pues creyó antes de que existiera la Ley. Gracias a esta humildad de corazón, la persona reconocida por Dios, en este aspecto, es perdonada de todas sus culpas y pecados. Con razón, algunos han recibido -y siguen recibiendo- del Señor esta expresión: “Tu fe te ha salvado”.

     

    Preguntas que llevan al silencio: ¿Sabes lo que Jesús ha hecho por ti, por la humanidad, por la creación? ¿Qué estás haciendo por Jesús? ¿Tus esfuerzos dan consuelo a los demás? ¿Cómo tu fe se hace vida? ¿Qué significa para ti servir a la obra del Señor? ¿Cómo reaccionas ante las persecuciones? ¿Tú defiendes los intereses de Cristo? ¿Con qué estás alimentando tu fe? ¿Cómo desenmascaras la hipocresía? ¿Por qué la hipocresía lleva a la incoherencia, a la contradicción? ¿Por qué es posible vivir sin doble cara? ¿Tú eres buena levadura en la familia, en la Iglesia, en la sociedad? ¿Qué estás contagiando con tu ejemplo de vida? ¿Sabías que no hay nada escondido que no llegue a saberse? ¿Qué tesoro esconde la vida en la transparencia, en la gracia, en Jesucristo?

     

    Señor: dame más amor por ti, porque en el amor está la raíz de la entrega. Cuando ame hasta el fondo, todo será diferente. En el amor no hay temor a la muerte, porque el amor trasciende esta vida transitoria. Entonces, Señor, junto al amor, aumenta la fe, la esperanza y la caridad. Que solo pueda respirar tus deseos mientras peregrino por esta tierra. Educa, Señor, estos deseos; destiérralos de lo superficial. Trasplántalos en el valle de la humildad, donde tú te paseas y te recreas. Allí, en mi corazón, está esa cuenca visitada por tu Madre, que suele regarla con lluvias de gracia y misericordia, para que todos crean que tú vives entre nosotros.

     

    ¡Seamos santos!






     

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