Para Vivir Mejor | Antonio Zugasti
La Ambición enloquece
Eso de que la ambición enloquece no es una idea que nos vayamos a
encontrar en los medios de comunicación. Si buscas en Google, encuentras
anuncios de una novela en la que un joven diplomático enloquece por la
ambición de ser embajador, pero muy poco más sobre el tema.
Incluso parece que la ambición no tiene mala prensa: se asimila al
deseo de prosperar, de no quedarse dentro de una masa de mediocres que no son
capaces de situarse bien en la vida. Ambicionar el llegar a fin de mes sin
problemas, y poder dar una buena educación a los hijos, es un deseo natural y
lógico.
Pero la mentalidad capitalista lo que fomenta es una ambición
desaforada que realmente enloquece de una forma muy peligrosa. Existe un
pequeño número de supermillonarios que, a pesar de sus fabulosas fortunas,
siguen ambicionando más y más. Poseen miles y miles de millones de dólares, que
no podrán gastar en toda su vida, ni podrán sus hijos y nietos, pero
siguen aspirando a ganar más y más. Una ambición loca… y criminal.
Porque esa acumulación de riqueza no cae del cielo, exige el empobrecimiento de
millones y millones de seres humanos, sobre todo en el tercer mundo, que llegan
a morir de hambre, cuando otros explotan y se apropian de las riquezas de
sus países.
Esta ambición loca no sólo supone la miseria de millones de personas,
sino que es una muy grave amenaza para la conservación de un clima y una
naturaleza que permita la vida de la especie humana en el planeta Tierra. La
comunidad científica nos ha advertido repetidas veces, y de forma cada vez más
apremiante, que nuestra forma de vida no es sostenible, que vamos hacia un
colapso de consecuencias imprevisibles. Pero la enloquecida élite económica es
incapaz de renunciar a cualquier actividad que les proporciones un beneficio
económico, aunque suponga seguir empujando a la humanidad hacia el abismo.
Y lo malo es que esa locura la han contagiado ampliamente en nuestra
sociedad. Locura que nos lleva a un consumismo sin límites, olvidándonos de que
este consumo desmedido es totalmente insostenible en un planeta con
unos límites muy claros. Locura que nos lleva a competir como sea y con quien
sea para procurar enriquecernos, olvidando que los seres humanos somos
seres sociales, que necesitamos imperiosamente a los demás.
No todo se puede comprar: necesitamos unos médicos que curen nuestras
enfermedades gracias a los conocimientos acumulados en todo el mundo lo largo
de los siglos; la sociedad necesita unos gobernantes que, precisamente, no se
puedan comprar; necesitamos la amistad y el afecto de otras personas, algo que
pierde todo su valor si es comprado.
Difícilmente podremos llevar una vida feliz, si nos dejamos arrastrar
por la ambición, y siempre procurando tener más de lo que tenemos.
Conseguir algo nuevo nos puede proporcionar una satisfacción momentánea, pero
pronto la ambición nos señalará otro objetivo que desear. Sólo podremos
sentirnos realmente satisfechos si nos encontramos a gusto con lo que tenemos,
si no ambicionamos más, si no buscamos la felicidad en el consumo, en
poseer objetos, sino en actividades gratificantes y enriquecedoras.
Sería un camino de salvación ante el colapso medioambiental que amenaza
a la humanidad.
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