Reflexión | Juan Fco. Puello Herrera/LD
¡Ah la envidia!
Solía
expresar el filósofo alemán, Arthur Schopenhauer, que la envidia en los hombres
muestra cuán “desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o
dejan de hacer los demás”; sosteniendo en el Arte de sobrevivir, que se trata
de un “maligno goce por la desgracia ajena”, dejando entrever la experiencia de
alguien que siempre le “había tenido una envidia maliciosa, enemistándome y
separándose de este, aunque después, muchas veces, se esforzó, sin pudor
alguno, en reanudar la amistad”.
Tratándose
la envidia de un sentimiento y experiencia desagradable que suele conectar con
otros sentimientos y emociones negativas, creando auténticas obsesiones hacia
el objeto o la persona envidiada, bien sea material, intelectual y espiritual,
lleva al límite, que puede empujar a las personas a hacer daño a otros que
poseen lo que se entiende como deseo no cubierto, esto es, cualidades que nunca
podrán alcanzar por su pobreza de espíritu,
La
envidia es tristeza del bien del prójimo como la califica santo Tomás de
Aquino, sentimiento que contribuye a generar una gran infelicidad en aquel que
la padece y que, cuando se instala con demasiada frecuencia e intensidad, abre
las puertas, a la hipocresía, la mentira, la difamación, y la aflicción en la
prosperidad del otro.
En
esto, puede asociarse a lo que se conoce como “síndrome del impostor”, esto es,
una falta de autoestima, que conduce a buscar aquello qué hacen los demás y
tratar de imitar sus cualidades honradez e integridad, sin que puedan lograrlo,
porque, a fin de cuentas, la envidia denota un complejo de inferioridad.
Publicado
por Listín Diario
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