Generaciones | Andrea Safier/SN
Para un diálogo
intergeneracional
Hay muchas voces que insisten
en reducir las brechas generacionales jóvenes-adultos desde una perspectiva
educativa, es decir, facilitar procesos formativos que involucren el ambiente
familiar, la comunidad educativa y los espacios de la fe, por ser lugares donde
interactúan esas generaciones. Es fundamental reconocer el impacto que tienen las
realidades socioeconómicas y culturales al interior de las familias, por lo
cual no depende solo de la buena voluntad alcanzar la armonía en la familia, la
confianza mutua entre jóvenes y adultos, pues supone mucho más esfuerzo. La
familia, por ejemplo, ha experimentado transformaciones en los últimos siglos y
sus causas no están limitadas a los comportamientos padres-hijos: el entramado
social influye en sus comportamientos, sus estilos de vida, visiones del presente
y miradas hacia el futuro.
Recogemos cinco
planteamientos que pueden servir de cauce para lograr la convivencia fraterna
como esfuerzo educativo entre muchos actores que participan en el escenario de
la vida de los jóvenes y los adultos. Todas las partes interesadas están
llamadas a un proceso de diálogo coherente, comprometido, para esta conquista.
1. La
educación de los jóvenes no consiste en adaptarlos o domesticarlos dentro de un
sistema que no tiene la capacidad para responder a sus necesidades y
expectativas. Muchas consideraciones sobre los jóvenes son negativas porque no
toman en cuenta el ambiente hostil y cerrado que para ellos resultan
frustrantes, pues carecen de futuro.
2. El
esfuerzo educativo debe crear un entorno saludable para el desarrollo de los
jóvenes. Los adultos han de ser coherentes al interior de la familia y en el ambiente
social. No se da lo que no se tiene. La correspondiente estatura moral de los
adultos debe favorecer la confianza y la apertura de los jóvenes; pero no
pueden exigirles estilos y comportamientos de los cuales no dan testimonio con
sus vidas.
3. La
responsabilidad en la familia y en la sociedad no se puede reclamar solo de los
jóvenes: los padres de familia, el sistema educativo, así como los responsables
en los distintos ámbitos de la vida religiosa, social,
política, económica, cultural y de la comunicación, tienen un compromiso para
la acción educativa y tienen que estar coordinados entre sí.
4. La
educación no puede ser vertical, de los adultos a los jóvenes, pidiendo de los
segundos el esfuerzo de “dejarse formar”, todos son participantes, todos
aprenden, todos enseñan. La educación bancaria, basada en acumular
conocimientos transmitidos del que “sabe” al que “no sabe”, es una visión
obsoleta, todavía no superada en muchos ambientes. No se puede mantener a los
jóvenes en condición de minoridad permanente.
5. En
una relación armónica y constructiva, jóvenes y adultos como discípulos y
educadores, tienen la responsabilidad de “caminar juntos”, conscientes de abrirse
a una educación formadora de valores para la humanización hacia la vida
fraterna y el compromiso social. Educar es responsabilidad tanto del discípulo
como del educador. El primero se deja acompañar y el segundo testimonia lo que
propone, cuando se trata de valores que deben ser creídos y asumidos, no solo
sabidos.
Asumida la educación como
un proceso constante, como tarea que interesa a todos, la educación para la
vida va más allá de “transmitir” conocimientos, de capacitar para ser
profesional y tener éxito en la vida. En el diálogo constructivo que se establecerá
desde una educación transformadora, habrá que estar monitoreando todo el
proceso y los adultos y jóvenes preguntarse con cierta frecuencia acerca del
tipo de persona que sale de allí, sus aspiraciones, su capacidad de convivir y
comprometerse con la realidad. No será solo un ente para el cambio social, sino
que estará provocando ya el cambio social que avance hacia la paz y la
justicia.
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