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    jueves, 19 de mayo de 2016

    Identidad Nacional y Desarrollo Integral

    Humanismo Integral | Ignacio Miranda  
    Identidad Nacional y Desarrollo  Integral  


    Algunos amigos me han criticado mi estilo de escribir diversificando demasiado el contenido de un artículo. Se lo agradezco, les doy la razón y procuraré, en mi  medida de lo posible, enmendar el error.

    Actuando, en cierto modo, “en defensa propia”, quiero compartir algunos criterios frecuentemente expresados, comenzando porque esta columna ha sido definida como “humanismo integral”. La identidad de ambas palabras de por sí contienen una gran amplitud.

    En  la diversidad contenida en “humanismo” se encuentran  las ciencias sociales, dentro de las cuales están la política y la economía, tan cercanas entre sí que podrían compararse con dos hermanitas gemelas; y, la integralidad, a nuestro juicio, es una totalidad, un macro-contenido: el tiempo, el espacio, lo material, lo espiritual, lo humano, lo divino.

    Por lo  general, el humanismo se concibe como la primacía de lo humano sobre lo  material.  Y el humanismo integral, agrega anteponer lo divino a lo humano. Jacques Maritain, un indiscutible representante del humanismo cristiano, en su libro Humanismo Integral afirma: “humanismo teocéntrico o verdaderamente cristiano… reconoce que Dios es el centro del hombre, implica la concepción cristiana del hombre pecador y redimido, así como la concepción cristiana de la gracia y de la libertad”.

    El humanismo, como toda  doctrina, por definición, es la enseñanza de un maestro y de la escuela que éste encarna. El humanismo cristiano es la doctrina enseñada  por Jesucristo con su discurso y su testimonio de vida,  así como  el legado de  su  escuela,  que es la Iglesia fundada por él.    

    Es indiscutible que nuestra  identidad nacional tiene su raíz en este humanismo cristiano, contenido en el Juramento Trinitario y los símbolos patrios. 
    El Juramento Trinitario nos compromete a “cooperar” con nuestros recursos humanos y materiales para crear una Nación “libre, soberana e independiente de toda dominación extranjera”. Y  los símbolos patrios fortalecen la espiritualidad de nuestras raíces con estos versículos del del Capítulo 8 del Evangelio según San Juan: “Ustedes para ser de verdad mis discípulos, tienen que atenerse a ese mensaje mío; conocerán la verdad y la verdad les hará libres”.

    Lo dicho anterior revela lo difícil que  me sería  enmendar mi error de estilo porque la solución a  la mayoría de los problemas sociales, políticos o económicos siempre se los ha vinculado a otras disciplinas humanísticas, como la historia y la geografía; y, personalmente,  estoy convencido,  cada vez más,  de la necesidad de agregar  a las ciencias sociales la teología como expresión del origen de todas  las criaturas, comenzando por la persona humana.

    Este artículo tiene por motivación el bicentenario del natalicio de  Matías Ramón Mella y Castillo, quien nació en Santo Domingo, el 25 de Febrero de 1816, siendo su papá don Antonio Mella y su mamá doña Francisca Castillo, uno de los discípulos más cercanos a Duarte en la creación de la República Dominicana. Si valiere la pena poner el nombre a un año, el 2016 debió llamarse “El Bicentenario de Matías Ramón Mella y Castillo”.

    Hemos expresado en diversas ocasiones que el conocimiento de la Historia siempre tiene utilidad porque sirve por igual para reiterar aciertos y enmendar errores: conocer la historia es caminar iluminado, ignorarla es andar  en la oscuridad.
       
    San Pablo, modelo forjador de comunidades, nos ha legado este pensamiento, en el Capítulo 8 de su Carta al pueblo Hebreo: “Acuérdense de quienes los dirigían, ellos les transmitieron la Palabra de Dios; miren como acabaron sus vidas e imiten su fe. Jesús es el mismo ayer, hoy y por los siglos”.

    Desarrollo integral, más que crecimiento cuantitativo,  es la participación de todos los miembros de la sociedad en todas sus riquezas, de toda naturaleza económicas, sociales, culturales y espirituales. 

    Se alardea de nuestro  alto nivel de crecimiento. Y,  aún admitiéndose  como ciertas  las cifras presentadas por  nuestro Banco Central (BC), macroeconómicamente hablando,  ellas mismas denuncian la pobreza real que padecemos,  si nos fijamos en la proporción que corresponde a cada sector.
    Para algunos parecerá absurdo este criterio: puede haber un alto nivel de crecimiento y, al mismo tiempo,  incremento de la pobreza; y, es posible  un aumento del desarrollo con un estancamiento y hasta una disminución del crecimiento.

    Al iniciarse este año 2016, la prensa reseña el informe del Gobernador del BC,  destacando que “la economía registró un robusto crecimiento de 7.0% durante 2015 en términos reales, ubicándose por segundo año consecutivo como líder del crecimiento económico en América Latina”.

    Este informe publica las cifras por sectores: Construcción, 18.2%; Intermediación Financiera, 9.2%; Comercio, 9.1%; Enseñanza, 8.6%;  Transporte y Almacenamiento, 6.4%; Hoteles, Bares y Restaurantes, 6.3%; Zonas Francas, 5.8%; Salud, 5.8%; Manufactura Local, 5.5%; Otros Servicios, 4.1%
    Este “bienestar”, lo mismo que un supuesto estudio publicado a fines de diciembre que indica: “República Dominicana es el país de América Latina con el grado más alto de felicidad, con un 88%, es precisamente nuestra mayor miseria porque se fundamenta en el virtualismo de confundir las cifras macroeconómicas,  que disfrutan unos pocos,  con el realismo ético que padece la mayoría.

    Existe un consenso entre los economistas de orientación humanista y objetiva, en el sentido de que desarrollo y participación vienen a ser términos equivalentes.
    Para los economistas de inspiración cristiana la mejor definición de desarrollo debería ser la indicada  por el Papa Pablo VI en su encíclica Populorum progressio (El desarrollo de los Pueblos) que en su numeral 14 nos enseña: “el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Por ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”.

    Primacía y equidad son dos valores fundamentales referentes del desarrollo integral.
    Las primacías más urgentes para el pueblo dominicano deberían ser: las personas  sobre las cosas, el bien común con relación a los intereses particulares, lo nacional sobre lo extranjero, la esencia sobre la apariencia, los hechos sobre el discurso, los bienes   existencial sobre el lujo, lo espiritual sobre lo material, para comenzar.
    En la equidad, entendida como la aproximación entre los polos opuestos, podríamos cotejar: bienes producidos mediante el trabajo, y el dinero en posesión de la población; niveles de ingresos máximo-mínimo; impuestos directo-indirecto; productores-consumidores; tasas de interés activa-pasiva, también para comenzar.

    Y dejamos esta pregunta para la reflexión de nuestros lectores: ¿Cómo está la realidad dominicana?
    Para dar una pista de reflexión, observemos cuales son los sectores más dinámicos de la economía dominicana, según las cifras publicadas por el BC. La producción de bienes existenciales o destinados a satisfacer las necesidades reales del pueblo dominicano, no aparecen ni siquiera en la última escala.  A pesar de todo esto, seguimos confesando nuestro optimismo con el lema: hay muchos motivos de desesperanza pero más razones de esperanza.
      
    RESUMO MI CREDO DE IDENTIDAD NACIONAL Y DESARROLLO
    CREO: en la identidad nacional inspirada en los valores del humanismo cristiano; en el desarrollo que se fundamenta en la equidad enraizada en la justicia y se orienta al fruto de la paz; en la esperanza a partir de la pedagogía humanista de Paulo Freire: Me muevo en la esperanza en cuanto lucho y si lucho con esperanza, espero”; en felicidad a partir de “El Sermón de la Montaña”: “felices los que tienen hambre y sed de justicia…los misericordiosos…los limpios de corazón….los que trabajan por la paz” . adh 798.

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